Pirámides

El joven Scheffler se dispone a pasar unas navidades tranquilas. Estudia en la Universidad de Chicago, comparte piso con otros compañeros y le interesa una chica. En la ciudad no tiene más familia que su tío abuelo Monty Chapel, un hombre de naturaleza reservada y distante, que se vio envuelto en un escándalo de falsificación de antigüedades egipcias hace muchos años, y nadie sabe qué ocurrió con su hermano y con su prometida. El anciano Chapel le propone un trato: vivir a cuerpo de rey cuidando su lujosísimo apartamento, repleto de objetos antiquísimos del Antiguo Egipcio, mientras él efectúa un largo viaje. Sólo hay dos condiciones: vivirá sólo y le avisará si un tal Peregrino hace acto de presencia. En apariencia, el trato parece inofensivo; pero no tardará en descubrir hasta qué punto puede complicarse su existencia en tan poco tiempo.

Cinco mil años antes dos jóvenes sacerdotes prosperan al servicio del faraón Kheops y aunque participan activamente en la construcción de la Gran Pirámide, como dignos herederos del culto a Set conspiran para saquear las riquezas en cuanto el cuerpo del faraón yazca en su nicho. Sólo algo les perturba, el trato del faraón con los dioses, que le han regalado un oro letal. Tales rumores preocupan poco a Sihathor, el mejor maestro cantero y también el más experto saqueador de tumbas. Pero Peregrino y los dioses mismos tienen otros planes, con un giro final sorprendente.

ANTICIPO:
Como casi todos los súbditos del faraón Kheops, Sihathor el cantero, descendiente de una antigua y reputada estirpe de canteros, mamposteros y saqueadores de tumbas, había respetado piadosamente el dilatado periodo de duelo ritual. Pero eso era cosa del pasado. Al igual que muchos trabajadores que habían vuelto a sus cultivos, el cantero había acortado su luto formal debido a consideraciones más prácticas. Acompañado por una docena de ayudantes cuidadosamente seleccionados y bien provistos de herramientas y vituallas, hacía dos días que había emprendido el viaje río arriba desde su villorrio natal.

En ese momento, poco antes que terminase el día del entierro de Kheops, Sihathor estaba atracando su embarcación en una zona abandonada de la orilla oriental del Nilo, próxima a la tierra de los muertos que se extiende por el desierto al oeste de Menfis y el Palacio.

Siempre que el experto ladrón emprendía una expedición a la tierra de los grandes sepulcros, empezaba por trasladarse junto a su cuadrilla de trabajadores río arriba. Cuando el trabajo le ocupaba más de unos días, remontaban el río en un barco pesquero prestado. Él y sus compañeros se dedicaban a pescar mientras duraba el trayecto, lo cual no sólo les reportaba algo de pescado sino que ayudaba a disipar cualquier sospecha.

De sus dos profesiones, la secreta era de largo la más rentable. Tanto por este motivo como por la discreción, Sihathor, el patriarca de cuarenta años, prefería utilizar como ayudantes a sus familiares, tanto hombres como mujeres. Por ello, los seis asistentes que desembarcaron aquella tarde estaban ligados a él por lazos de sangre o matrimonio. Tres eran hombres, dos de sus hijos y su yerno; las dos jóvenes eran su hija y su nuera; el adolescente era su hijo más joven. Ambas parejas habían dejado a sus hijos pequeños en su aldea, bajo los capacitados cuidados de su abuela, la esposa de Sihathor.

El día declinaba rápidamente mientras la familia de Sihathor amarraba el pequeño velero y se alejaba del río. Cuando se echaron a la espalda su cargamento de víveres y herramientas, y siguieron su camino recorriendo un sendero que culebreaba entre los campos irrigados hacia el desierto cercano, el sol todavía refulgía en las tierras orientales, donde sólo había tumbas y muerte.

El calor, el silencio y la quietud los rodeaban; quienes trabajaban en los campos estaban dispensados de sus quehaceres el día del funeral del faraón.

Sihathor y algunos de sus ayudantes, que ya lo habían acompañado en expediciones anteriores, estaban familiarizados con el sendero. El patriarca y líder de la banda de ladrones avanzaba alerta, marcando el ritmo de los demás. Los mensajes secretos que le habían enviado a su aldea aseguraban que aquella noche no se encontraría con ningún soldado en su camino. De todos modos, en ocasiones había recibido mensajes similares de los líderes del culto a Set que habían resultado erróneos. Los soldados a quienes se les creía sobornados no siempre cumplían su parte. Y se decía que la jerarquía sacerdotal del dios sol Ra se habían comprometido con los votos más fanáticos a la protección de la momia del faraón.

No había devotos de Set entre los funcionarios de la pirámide durante el último viaje de Sihathor como obrero reclutado, hacía casi un año. Nadie había conseguido examinar los últimos secretos de la pirámide en construcción, y él hubiera sido incapaz de conseguir ciertos detalles por sus propios medios.

Desde aquel día en que, años atrás, había tenido la ocasión de echar un vistazo al corazón de la pirámide inconclusa, sus pensamientos habían vuelto una y otra vez al mismo. Por supuesto, podían haber cambiado el diseño desde entonces. Y los rumores aseguraban que el faraón, firme en otros asuntos, tenía una incapacidad crónica para tomar una determinación sobre aquel.

Pero aun con todo, Sihathor no había dicho nada a nadie, ni siquiera a su familia, sobre aquellos asuntos. Ninguno de los ayudantes que lo acompañaban aquella noche tenía idea del auténtico objetivo de aquella expedición. Ninguno de ellos, ni siquiera su esposa, quien se había quedado en casa, hubiera soñado que lo habían elegido para entrar en la tumba del mismísimo faraón, o que la operación pudiera empezar aquella misma noche. Al contrario, les había dicho a sus ayudantes que su objetivo era algo más que una modesta tumba. No, hasta el último momento, y si todo iba bien, no revelaría ni a sus propios hijos el auténtico objetivo de aquel viaje.

No se habían adentrado en tierra firme más de mil pasos desde la orilla del Nilo, cuando Sihathor y sus seguidores llegaron a los abruptos límites de las tierras cultivadas. El sendero continuó siendo visible durante unos pocos pasos en el suelo del desierto antes de desdibujarse en la durísima tierra.

Poco después, y avanzando en la misma dirección, la arena se hizo más suave bajo los pies, y ellos avanzaron siguiendo una ruta tortuosa a través de la Ciudad de los Muertos, la inmensa necrópolis que se encontraba a un par de millas de Menfis y de la pirámide.

Mientras cruzaban entre las primeras tumbas, Sihathor y su gente acarreaban una considerable cantidad de comida —sobre todo higos, pescado frito y pan—, la suficiente para alimentarlos durante varios días en el interior de la pirámide. Ninguno de ellos había expresado sorpresa alguna ante tal acopio de provisiones. Se preguntaba si alguno de los jóvenes no lo estaría haciendo en silencio. Sería necesario salir a buscar agua por las noches. Los hombres jóvenes también transportaban en eslingas de papiro y cordajes unos mazos y bolas pesadas con forma de huevo —más grandes que puños, aunque no tanto como una cabeza humana—, todos ellos de dolerita, más dura incluso que el granito. Llevaban todos aquellos objetos ataviados con las ropas austeras propias de quienes acudían a una cantera.

Mientras caminaba, Sihathor podía escuchar detrás de él las voces ávidas y apagadas de los jóvenes, especulando en voz baja sobre el probable monto del botín que podrían obtener aquella noche. Sonrió para sus adentros, pensando en su temor y placer cuando, al fin, escuchasen la verdad.

El encuentro secreto con los dos funcionarios de Palacio no estaba previsto hasta medianoche. Faltaban demasiadas horas para limitarse a esperar ociosamente. Si las condiciones y los presagios continuaban mostrándose favorables, tenía la intención de aprovechar mejor esas horas de interludio. En parte para practicar, y en parte para obtener cierto beneficio de una tumba mucho más modesta que la del faraón. Y en cuanto a la pirámide…, bueno, a pesar de su codicia, Sihathor albergaba sus dudas. Se convencería de que el trabajo era exclusivamente suyo cuando realmente se encontrase en el interior de aquellos pasadizos oscuros.

Además, aunque el botín sustraído de la tumba del faraón sería indudablemente fabuloso, sin duda casi todo sería para los líderes del culto a Set. No era algo que fuese a enfrentarle abiertamente con aquellos jefes, pero sentía cierto resentimiento. Como el resto de los poderosos del mundo, tendían a exigir demasiado de los pobres. Sihathor aún se consideraba a sí mismo como un hombre pobre y humilde pese a que, de hecho, después de una carrera longeva y exitosa como saqueador de tumbas, poseía unas riquezas ocultas suficientes como para rivalizar con cualquier miembro de la nobleza menor. Mientras su carrera oculta prosperaba, Sihathor y su esposa había continuado viviendo en una casa de ladrillos de adobe, aunque algo más grande que las de los restantes habitantes de su aldea. Dos de sus hijos, mayores que los que le acompañaban en aquella expedición, ya se encontraban viviendo en Menfis, abriéndose camino en la vida social de la ciudad gracias a ciertos privilegios y favores que su «humilde» padre compraba con sus riquezas secretas.

Hacía muchos años, Sihathor había entablado una fructífera relación laboral con el señor de la villa a la que su aldea estaba nominalmente asignada. Dicho acuerdo permitía las periódicas ausencias de Sihathor de su aldea natal, y su trabajo habitual le permitía viajar para trabajar sin que ninguna autoridad hiciera preguntas. En algunas ocasiones, el señor de la villa actuaba como perista comercializando las joyas y objetos que él robaba. En otras, el saqueador de tumbas remaba en un barco de pesca prestado por los muelles de Menfis para vender su botín. De este modo, un hombre que supiese buscar compradores se las podía ingeniar para obtener unos beneficios muy superiores, pensó Sihathor, quien siempre tuvo la precaución de reservar algún objeto de especial valor para su señor cuando regresaba a la aldea. Eso, por supuesto, además de la parte que tenía que apartar para los sacerdotes de Set.

En ese momento Dhu Hotep, el mayor de sus dos hijos que lo acompañaban, preguntó a su padre a qué parte de la vasta necrópolis se dirigían.

—Lo verás en su momento.

Lo cierto era que Sihathor había continuado moviéndose en la dirección aproximada al lugar de su cita y aún no sabía específicamente qué pequeña tumba iban a saquear. No lo sabría hasta que se materializase ante sus ojos experimentados cuando se hubiese desvanecido el último vestigio de la luz vacilante del atardecer. Aunque parecía que no iba a ser necesario aguardar que oscureciese del todo; la Ciudad de los Muertos parecía tan abandonada por los vivos como cabía esperar.

En ese instante, Sihathor vio una tumba de aspecto adecuado. Cuando esto sucedió, el maestro cantero bendijo a Set por guiarlo al lugar adecuado. Entonces, anduvo alrededor de una estructura amplia y no muy alta, analizándola con interés profesional.

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Interplanetaria

11 Opiniones

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    martin
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    Supongo que se trata del mismo Fred Saberhagen de la serie de los Asesinos. Es una buena referencia a falta de que alguien comente por aquí que tal está Piramides.

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    Scipio
    on

    Sí, creo recordar que se publicó algo de él en Nueva Dimensión.

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    ramius
    on

    Sobre esa serie, please

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    F
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    Mi hermana se compra todo lo de Egipto, así que se pilló este por equivocación y yo he aprovechado la circunstancia para apropiármelo, jejejejejeje

    Es un material muy aventurero y entretenido, y tiene tres o cuatro puntos álgidos. Además, tiene sorpresita (no la reviento).

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    hur
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    ¿Sobre los asesinos o sobre Pirámides?

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    santero
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    Alguien pregunta más abajo por ellos,

    la humanidad y otras especies inteligentes luchan aliadas contra ls Asesinos, máquinas antiguas y despiadadas cuyo objetivo es eliminar la galaxia de los parásitos con vida.

    Partiendo de esta premisa Saberhagen hizo una serie de novelas y relatos, algunos de ellos memorables, más que amenos, épicos, con diversos apuntes de imaginería. Se han basado en sus ideas desde series como Galáctica hasta el famosete Benford, con su núcleo galáctico, aunque ya quisiera Benford ser la mitad de divertido.

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    Juancho
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    Como todo lo que toca Saberhaguen, Pirámides es superdivertida. Desafortunadamente, es una serie muy corta, consta sólo de 2 títulos. Se trata de dos novelas totalmente independientes, en argumento, personajes y época.

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    Gin
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    Hay muñecos y figuritas de la serie de Saberhaguen por ahí, algunos incluso han llegado a España.

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    martin
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    Los leí hace tiempo, espléndidos relatos, ahora mismo recuerdo perlas como Lugar de piedra, Melodía estelar o El rostro de la inmensidad, que como han comentado ya fueron publicados en Nueva Dimensión.

    Una lástima que ya no estén al alcance del público.

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    cuantico
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    Pues para el que le interese: Melodía estelar ha aparecido publicada en el número 3 de Galaxia.

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    Raimon
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    ¿ah, pero ya ha salido el número 3? Me fijaré, palabra que no lo había visto.

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