Reclutas de la Eternidad

Max Frei, un joven inconsciente y perezoso en nuestro mundo, ha hecho una elección: ha apostado por quedarse en el Mundo, un universo paralelo situado al otro lado de los sueños en el que la mágia es una práctica cotidiana. Allí vivirá una segunda y apasionante cida como agente de la Pesquisa Secreta.

A las órdenes del Honorabilísimo sir Juffin Hally, su jefe y mentor, y al servicio de Su Majestad Gurig VIII, Max se sentirá cada vez más cómodo en Yejo, la capital del Mundo. En un frenético y variopinto día a día, deberá enfrentarse a seres cuya existencia es sorprendente incluso en un contéxto en el que la mágia y la falta de límites son la norma.

ANTICIPO:
El teniente Kamshi estaba sentado en el amoviler oficial. Su compañero daba vueltas en torno a este milagro de la técnica local trazando sinuosas trayectorias y produciendo un frenético «puf—puf» con su pipa de fumar. No me había equivocado: los dos estaban en ascuas.

Para su alivio indescriptible, me instalé directamente en el asiento del conductor.

—Señores, éste es el señor Ande Pu —señalé con la cabeza a mi protegido—, mi cronista personal. Últimamente me he vuelto muy vanidoso, y los curanderos no lo saben remediar. En fin, os ruego que lo miméis como si fuera mi mascota, demostradle lo buenas personas que sois para que deje de recelar de vuestra especie. Espero que no tardéis en conseguirlo… Ande, memoriza o, todavía mejor, apúntate los nombres de tus nuevos amigos, sir Kamshi y sir Shijola. No suelen morder, creas lo que creas tú al respecto… Melamori, siéntate conmigo, detrás irías algo apretada. ¡Nuestro sir Ande no es precisamente un junco del Jurón!

Arranqué tan de prisa que nadie tuvo tiempo de abrir la boca. A Shijola se le escapó por las comisuras de los labios un suspiro de admiración.

—Pues según parece, realmente llegaremos a tiempo —comentó en tono reservado el teniente Kamshi.

—No —le contradije—, llegaremos antes de lo previsto. Justo una media hora ames. Siempre voy lento y precavido por la ciudad, pero ¡cuando dejemos atrás las puertas de Yejo, os vais a enterar de lo que es velocidad!

Lo reconozco: con la palanca de mando del amoviler en la mano soy insoportable. Me solté nada más abandonar la ciudad— Aceleraba como sí la muerte me pisara los talones. Los chicos se apretujaron más si cabe en el asiento trasero, pegados entre si como huerfanitos en una fiesta benéfica. Muy apropiado: se considera que el sufrimiento compartido fomenta la simpatía mutua. El «compañerismo en la adversidad», con el tiempo llega a transformarse en «compañerismo» sin más, y, a menudo, de calidad probada…

—¡Socogro! —masculló Ande detrás de mi espalda—— ¡El pleno fing del almueídso!

—¡Pues si! —ratificó Kamshí con la voz estrangulada.

—Nuestros pilotos de combate pueden jubilarse, todos sin excepciones —sentenció Shijola.

Me hinché de orgullo y aumenté la velocidad un poco más…

Melamori se sujetaba con las dos manos. La miré de refilón para ver cómo estaba: ¿viva aún? Flipé: hacía la tira que no veía una expresión tan feliz en su preciosa cara. Los ojos le brillaban como anuncios luminosos, una sonrisa soñadora vagaba por sus labios, la emoción le cortaba el aliento.

—¡Quiero conducir así, Max! —susurró ella—. ¿Me enseñarás?

—No hay nada que debas aprender. El amoviler viaja con la velocidad con la que sueña el conductor, ¿cierto? Cuando cojas la palanca sólo tendrás que recordar esta carrera— Un día me darás caña a mi, de eso no tengo duda.

—¡Seré más rápida! —proclamó muy segura de si Melamori—. No de un día para otro, claro, pero ¡lo seré! ¡Como mucho, dentro de una docena de años! O tal vez antes.

—Es decir, ¿no más tarde de unos doce años? Vale. ¿Qué apostamos? —sonreí a ver si picaba.

—No lo sé… ¿Dinero? No es estimulante, gracias a Dondi Melijais y su tesorería los dos tenemos de sobra. Haremos lo siguiente: el que gane elige la recompensa.

—¡Hecho! Pero ten en cuenta una cosa: puedo ir más rápido.

—¿A qué esperas entonces? —se entusiasmó Melamori.

—Me da pena por los chicos. Otro día será.

—De acuerdo— Pero ¡que sea sin falta!

Se calló y, fascinada, se concentró de nuevo en la oscuridad, mientras yo celebraba para mis adentros poder haberle dado aquel placer.

Mira por dónde…

—¡Muchachos, nos acercamos! —informé unos cuarenta minutos más tarde—. Guiadme, por favor: no tengo ni idea de dónde está el punto de encuentro.

El teniente Kamshi reunió la entereza suficiente para ubicarse sin demasiada tardanza sobre el terreno, con lo cual pronto llegamos a destino. Justo como lo había prometido: una media hora antes de lo previsto. Melamori fue la única que lo lamentó. El resto de las victimas de mi maniática manera de conducir desalojaron el vehículo a duras penas y se dejaron caer sobre la hierba como supervivientes de un naufragio. Suspiré y me apresuré a buscar la botella de Bálsamo.

—¡Que os aproveche! —Les entregué el recipiente con el líquido mágico que a mi parecer es capaz de remediarlo todo sin excepciones—. ¿Tan terrible ha sido, tíos? Sólo pretendía ofreceros un viaje agradable…

—i Y lo has conseguido! —aseguró Melamori,

La lady estaba como una rosa. Los demás participantes de la carrera la miraban como un equipo de psiquiatras desconcertados.

—¡Socogro, cómo gíga el Mundo! —comunicó desfallecido Ande—. ¡Quíeng se la encuengtle, que se la muelda!

Se volvió boca arriba y, con aire ensimismado, clavó la mirada en el cielo. Ni siquiera el trago de Bálsamo de Rajar devolvió al pobre su jovialidad habitual. Los policías yacían a su lado en silencio. Mientras tanto, Melamori, diligente, se quitaba los zapatos, ansiosa por empezar la búsqueda.

«¡Ésta es la diferencia entre los Detectives de la Pesquisa Secreta y el resto de la especie!», pensé, observando a Melamori radiante. «No en vano dijo Shurf que una persona normal simplemente no sirve para nuestro oficio. ¡Estaba en lo cierto! No hay más que ver a estos chicos al lado de nuestra incomprensible lady.»

—¡Voy a husmear por ahí! —dijo Melamori, impaciente—. Tendré mucho cuidado y no asomaré las narices más allá de esta campa, lo prometo.

—Si te limitas a esta campa, ¡adelante! —autoricé generoso—. Pero ni se te ocurra pisar ninguna huella y lanzarte hacia la espesura, ¿entendidos?

—¡Cállate, Max! ¡Hace mucho que dejé de ser una cría! —me cortó en seco Melamori.

Resoplé, desconfiado. Para mi desventura, bien sabía que mi lady podía ser un ejemplo exasperante de conducta precavida en todo menos en su trabajo.

—¡Hace una eternidad que nadie pisa esta campa! —informó Melamori pasados unos minutos—, Max, creo que valdría la pena…

—Un paseo un poco más largo, ¿eso quieres decir? Tú verás, pero siempre y cuando vayas bien acompañada. —Me volví hacia los policías, aún medio muertos por el viajecito— Señores, ¿siguen vivos o ya no?, porque a la lady le apetece un garbeo a oscuras por el bosque.

El galante Kamshi comenzó a despegar con gran esfuerzo su trasero de la hierba húmeda.

—¡Puedo arreglármelas sólita, Max! —insistió mi tozuda colega.

—Claro que puedes, el que no puede soy yo. Se me desarreglan los

nervios sólo de imaginarle entre las garras de ese hatajo de bestias mientras yo te espero aquí sentado. Me preocupo por mí.

—Está bien, si es así… ¡Venga, sir Kamshi, vámonos! —suspiró Melamori— Cuanto más tiempo llevo en esta dichosa organización, más jefes tengo encima. ¿No le parece que esto carece de lógica?

—¡La entiendo perfectamente, lady Melamori! —le dio la razón el oficial en un tono tan caballeroso y complaciente como a la vez sincero, pues sin duda se acordó de sus propios superiores.

La feliz parejita se adentró entre tos arbustos. Chasqueado conmigo mismo, los vi desaparecer en la negrura. ¡Podría haber ido con ella! ¿Por qué diablos no lo hice? Detrás de mi se oyó un susurro de hojas de árboles caídas. Me volví en seguida, dispuesto a vender cara mi piel.

—Todo está en orden, sir Max, son los chicos, que empiezan a llegar —me tranquilizó Shijola.

—¡Conforme a lo previsto! —proclamé con autoridad—. Justo antes del amanecer… ¿Cómo estás, nieto del capitán Flint? ¿Resucitando?

—¡Sto ha sido el pleno fíng del almueídso, Max! —farfulló un alicaído Ande. Esta vez ni siquiera el nuevo apodo había llamado su atención—, ¡Qué magueo, socogro! Me vendtía bien oüo tíaguito de su Bálsamo —Faltaría más —sonreí entregándole la botella—. Usted también, Shijola, eche un buen trago. ¡Su aspecto deja mucho que desear! ¡Ánimo, amigo mió, hemos venido a pasarlo bien!

—Ya, de eso se trataba —suspiró Shijola—… Gracias por el Bálsamo, sir Max. Lo venden caro ahora. ¡Media docena de coronas por una botella no es ninguna broma´..

—Exacto. Por esa misma razón me abastezco del cajón de la mesa de mi jefe —le dije en confianza,

Nuestro grupo se fue acrecentando por momentos. Los polizontes, todos como fabricados con el mismo molde, grandullones, apuestos y simpáticos, surgían silenciosamente de la penumbra neblinosa con sus pupilas fosforescentes. De hecho, ése era el aspecto normal de los ojos de los nativos de Uguland a esas horas, dada su capacidad de visión nocturna. Los discretos loojis de color verdoso perlados de roció matutino, los jirones de niebla y las briznas de la tierna vegetación primaveral enredados en sus cabelleras, me hicieron pensar admirativamente: «Pero éstos no son los perros de Bubura, ¡por Dios, si tienen aspecto de auténticos elfos!»

En ese justo instante comprendí con claridad definitiva que yo era del todo ajeno a aquel Mundo…Y esto fue maravilloso. ¡Hasta el punto de cortarme la respiración!

Cansado de admirar a mis colegas, concentré mi curiosidad en su armamento. Puede parecer extraño, pero todavía no se me había presentado la ocasión de estudiar a fondo la variedad más popular de armas de fuego de mi nueva patria. Los tiradores Babum que usan todos los policías y de los que nosotros, los Detectives de la Pesquisa Secreta, prescindimos con cierta soberbia, en realidad merecen una atención más detenida. Los Babum, propiamente dichos, no son otra cosa que tirachinas metálicos, bastante grandes, que disparan pequeñas bolas explosivas. Estos proyectiles de aspecto frívolo, a pesar de la fuerza brutal que poseen se guardan en unas bolsitas de cuero especiales llenas de pegajosa manteca incomestible. Una medida de precaución totalmente necesaria, puesto que las bolitas pueden explotar por simple fricción, así que ya ni hablemos de los golpes. Cada tirador tiene su guante, una manopla acolchada que sirve para extraer los proyectiles de la bolsa.

Pese a su construcción liviana, el arador Babum es un arma seria, lo había comprobado personalmente en varias situaciones. Las heridas de bola explosiva son peligrosas, tardan mucho en sanar y lo hacen sólo gracias a la maestría de los curanderos. Bueno, el impacto en la cabeza es la muerte segura. A un tirador de experiencia media no le cuesta nada dar en el blanco, ¡esos chicos tienen una precisión fantástica! Además, los tres extremos del tirador están afilados, o sea que si se te han acabado las municiones, el mero cacharro te permite involucrarte con eficacia en la lucha cuerpo a cuerpo. Y a fe que hay verdaderos artistas en

«¡Max, aquí hay una huella muy mala!» La llamada de pánico de Melamori me cogió tan de sorpresa que me estremecí. «No me cuesta nada pisarla, pero ¡me sienta como una patada en el culo!»

"¡Ni se te ocurra hacerlo!» Nunca hubiera sospechado que el uso del Habla Silenciosa permitiese hacer llegar gritos como el que acababa de proferir mentalmente. Ahora comprobé que sí era factible «¡Obedezco con mucho gusto!», contestó honestamente Melamori. «¿Qué hacemos? ¿Volvemos?»

<«No, será mejor que me esperéis. ¡Voy para allá´» Me lancé directo a los matorrales enviando al mismo tiempo llamada a Shijola: «¡Quédense aquí, confío en que en breve estaremos de vuelta, pero si nos hiciese falta, les llamaremos!»

Galopaba en línea recta como un ciego demente. Qué me salvó de caer por el barranco o chocar contra algún tronco sigue siendo hasta el presente un enigma sin resolver. Calculo que la carrera no duró más de un minuto. Jamás había alcanzado tal velocidad, y dudo que algún día consiga superar ese récord! En la recta final embestí y derribé al pobre Kamshí y a duras penas frené al llegar al lado de Melamori, acuclillada y como en trance. Nuestra intrépida lady temblaba de pies a cabeza, pero mi forma de aparecer, con desplome incluido del fornido teniente, le provocó una tenue sonrisa.

—¿Eso también sabes hacerlo, Max? ¿Por qué nunca me lo habías dicho?

—¿El qué? ¿Echar por tierra a hombres fuertes y guapos?… ¡Oh, Kamshí, perdone mi torpeza, si puede! ¡Iba tan de prisa que no pude detenerme a tiempo! ¿Está usted bien?

Kamshi se sacudía cuidadosamente su looji de petimetre.

—Si, si, no ha sido nada… ¡No se preocupe, sir Max! Suerte que venia usted a pie y no en el amoviler.

Suspiré aliviado y me volví hacia Melamori.

—¿Qué clase de huella es? ¿Qué te pasa? ¿Tan mal estás?

—Pues sí, estoy hecha polvo. ¡Pruébalo tú mismo!

—¿Y cómo quieres que lo pruebe? ¿Quién es aquí el Maestro de Per —¿Cuándo cobrarás condénela de tus actos? —me espetó, agorada, Melamori—. ¿Cómo definirías lo que acabas de hacer?

—¿Yo? Pues… He… he sentido un miedo tremendo por u y me he lanzado a correr hacia vosotros tal que un alce encabritado sin ver por dónde iba. Me pregunto cómo he llegado entero…

—Sir Kamshi, creo que Shijola y los chicos no deberían quedarse solos. —Melamori lanzó una mirada expresiva al teniente—. Regresaremos en cuanto nos aclaremos con esta huella pecaminosa —¡Claro, lady! —Kamshi cabeceó impasible.

En pocos segundos, su silueta se diluyó en la penumbra plateada. Envidié el férreo y disciplinado carácter del teniente. ¡Ya me gustaría a mí permanecer igual de imperturbable cuando me mandan a paseo en el momento más interesante!

—Ahora, Max, explícame cómo nos has localizado. —Melamori me taladró con sus hermosos ojos—. ¿Por lo menos te das cuenta de lo ocurrido?

—No tengo ni idea —reconocí turbado—.Yo qué sé) os he encontrado y ya está…Tú has dicho lo de la mala huella y yo me he alarmado y he venido flechado. ¡Habrá sido intuición´

—¿Intuición? ¡Y una mierda! Eres una caja de sorpresas sin fondo, ¡eso es! ¿Sigues sin pillarlo? ¡Has pisado mi huella, y encima sin descalzarte, lo cual es de alto pilotaje! Lo que si te agradezco de veras es tu velocidad. Un poco más y… Nunca vuelvas a repetirlo, Max, ¿vale? Me gustaría creer que ha sido la primera y última vez que me pasa. ¡Es una sensación asquerosa!

—Joder, ¿cómo lo he hecho? —Estaba perdido—. Lonly-Lokly dice que tengo cierras facultades. Claro que yo pensaba que estas cosas las has de estudiar, practicar y todo eso, pero Juffin nunca ha querido adiestrarme. Y también se lo ha prohibido a Shurf, vete a saber por qué. No entiendo cuál es el problema.

—¿Así que no entiendes, no sabes por qué? —Melamori, resentida, me devolvió la pregunta—. ¡Cuando tú, capullo, pisas una huella, se para el corazón de aquel a quien sigues! ¡No sirves para otra cosa que no sea matar! Si algo tienes que aprender es a NO pisar ninguna huella. ¡Cuanto antes sepas controlarlo, mejor! Tenlo siempre en cuenta y procura no olvidarlo. Y ahora, vamos a estudiar mi descubrimiento. Con mucho cuidado, ¿eh?

—¡Qué siniestro soy, me doy asco! —suspiré amargado—. Lo siento, Melamori. Mi intención era socorrerte y, ya ves, casi acabo contigo. ¡Qué horror! Pero entonces, ¿no hay modo de que pueda ir en tu auxilio

—Te recomiendo el más elemental: antes de acudir, inspirado, al llamamiento de la doncella en apuros, pregúntale dónde se encuentra en ese momento… ¡y así todo i

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