Relatos Perversos

El heresiarca y compañía es una recopilación de cuentos oscuros antes de que el autor pasara a su etapa más tétrica después de ser trepanado. Guillaume Apollinaire no tiene historias, tiene historietas, y en este libro están algunas de las mejores.

Se formo una leyenda: encontró en Praga al Judío Errante, con el cual visito la ciudad y busco a una gitana a quien brindar a su salud. Descubrió en un trapero parisiense al emperador romano Pertinax, se elevo con el profeta Elías en un carro de fuego en frente del puente de Grenelle.

Todo lo que es poesía hoy en día proviene de Apollinaire.

ANTICIPO:
Salí con intención de pasear aprovechando la luz del día y cenar luego en una hostería bohemia. Siguiendo mi costumbre pedí informes a un transeúnte, y dio la casualidad que este también reconoció mi acento, por lo que me repuso en francés.

-Soy extranjero como usted, pero conozco a Praga y sus bellezas lo bastante como para invitarle a acompañarme a través de la ciudad.-

Observe al hombre. Me pareció un sexagenario, aunque todavía erguido. Su vestimenta aparente se componía de un largo abrigo marrón con cuello de nutria; un pantalón de paño negro demasiado estrecho para amoldarse a las pantorrillas que se adivinaban musculosas, y llevaba un amplio sombrero de fieltro también negro, como esos que suelen usar los profesores alemanes. Alrededor de la frente tenía una banda de seda negra. Sus zapatos de cuero blando, sin tacones, ahogaban el ruido de sus pasos, iguales y lentos como de alguien que, teniendo un largo camino por recorrer, no quiere llegar fatigado a la meta. Anduvimos un trecho sin hablar. Yo estudiaba el perfil de mi compañero. Su rostro casi desaparecía bajo la masa de la barba, los bigotes y los cabellos desmesuradamente largos pero cuidadosamente peinados, de una blancura de armiño. Se veían, sin embargo, los gruesos labios violáceos y la nariz prominente, velluda y curvada. Cerca de un mingitorio publico, el desconocido se detuvo y dijo.

-Excúseme, señor.-

Le seguí y observe por su pantalón el motivo de su prisa. Luego que hubimos salido, comenzó a hablar.

-Observe usted esas antiguas casas, conservan todavía los signos que las distinguían antes de que se las numerase. Ahí tiene la casa de la Virgen, esa otra es la del Águila y la de mas haya la del Caballero.-

Sobre el portal de esta ultima estaba grabada una fecha.

-1921.¿Donde estaba yo por entonces?… El 21 de Junio de 1721 llegue a las puertas de Munich.-

Yo le escuchaba presa del espantando, creyendo habérmelas con un loco. Me miro, descubriendo al sonreír sus encías desdentadas. Luego continuo:

-Llegue a las puertas de Munich. Pero parece ser que mi figura no satisfizo a los guardias, pues me interrogaron en forma por demás indiscreta. No complaciéndoles mis respuestas, me amarraron y me condujeron ante los inquisidores. Pese a que mi conciencia estaba limpia, no me sentía del todo tranquilo. Durante el camino, la estampa de san Onofrio, pintada en el frente de la casa que hoy lleva el numero 17 de la Marienplatz, me aseguro que viviría, al menos hasta el día siguiente. Porque esta imagen tiene la propiedad de conceder un día de vida a quien la mire. Es verdad que, para mi, esta presencia tenia muy poca utilidad; poseo la irónica certidumbre de sobrevivir. Los jueces me pusieron nuevamente en libertad y, durante ocho días me pasee por Munich.-

-Sería usted muy joven entonces- articule, por decir algo;-muy joven!-

Me respondió con un tono de indiferencia.

-Cerca de dos siglos más joven. Pero, salvo la ropa, mi aspecto era el mismo de hoy. Esa no era, por otra parte, mi primera visita a Munich. Había estado allí en 1334, y siempre dos cortejos que encontré entonces. El primero lo formaban grupos de arqueros conduciendo a una mujerzuela que afrontaba valientemente las rechiflas de la plebe y llevaba con realeza su corona de paja, ornamento infamante sobre la cual tintineaba una campanita. Dos trenzas de pajas descendían hasta las pantorrillas de la joven. Llevaba las manos encadenadas cruzadas sobre el vientre, audazmente pronunciado, de acuerdo con la moda de una época en la que la belleza femenina consistía en parecer encinta. Por otra parte esa era su única belleza. El segundo cortejo se formaba tras un judío al que llevaban preso. Marche hasta las horcas junto a esa multitud enardecida y ahíta de cerveza. El judío tenia la cabeza cubierta por una mascara de hierro pintada de rojo, que simulaba una figura diabólica, cuyas orejas asumían la misma forma de cuernecillos que esas orejas de burro que se ponen en la cabeza de los niños malos. La nariz terminaba en punta y su peso forzaba al infeliz a caminar encorvado. Una lengua estrecha y enroscada. Completaba este incomodo ornamento. Ninguna mujer tenia piedad del judío. A ninguna se le ocurrió la idea de enjugar su cara sudorosa bajo la mascara como lo hizo aquella desconocida que enjugo la cara de Jesús con el lienzo llamada Santa Verónica. Habiendo notado que un mozo de cortejo conducía un par de perros atraillados, la plebe exigió que los colgaran uno a cada lado del judío. Me pareció que eso era un doble sacrilegio, desde el punto de vista de la religión de esas gentes, que hicieron del judío una especie de Cristo conmovedor, y desde el punto de vista de la humanidad, ¡pues detesto a los animales!, y no puedo soportar que se les trate como a seres humanos.

-Es usted israelita,¿verdad?-dije simplemente.

-Soy el judío errante- me respondió.-Quizá ya lo habrá usted adivinado. Soy el judío eterno. Es así como me llaman los alemanes. Soy Isaac Laquedem-

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Interplanetaria

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