Salamina

Año 480 antes de Cristo: el Imperio persa declara la guerra a los estados griegos que no se rinden ante el emperador Jerjes, hijo del gran Darío. El general Temistocles, demócrata convencido, comanda la flota que luchará en el estrecho entre Salamina y Atenas para frenar los planes expansionistas de Jerjes, el temible emperador persa que aspira a dominar todo Oriente. La flota que crea Temístocles, formada por bravos soldados atenienses y espartanos, derrota al enemigo, muy superior en número, tras una jornada de lucha descarnada. La astucia de la guerrera Artemisia y su traición a Jerjes serán cruciales en la batalla final. Es una apasionante crónica novelada, fiel a los hechos que rodearon a la batalla naval de Salamina y a los hombres que lucharon en ella.

ANTICIPO:

Los doscientos hoplitas de Artemisia estaban desplegados en el extremo izquierdo del ejército de Datis, no muy lejos de la playa. Se hallaban a menos de trescientos metros de sus propios barcos y, lo más importante para Artemisia, no había obstáculos en el camino por si urgía la retirada. Aunque, en teoría, las tropas de Halicarnaso debían haber evacuado ya el campamento, la infantería irania junto a la que formaban les agradeció su llegada en esa mezcla de griego, persa y arameo que usaban como lengua franca. Fidón los repartió en veinticinco filas de ocho hombres, pegados a un batallón de arqueros vestidos con pantalones y caftanes rojos y protegidos por los grandes escudos de los sparabara. Allí, donde coincidían ambas unidades, pretendió colocarse Artemisia. —Por favor, señora —le dijo Fidón—. Deja que me ponga yo ahí y proteja tu costado derecho. —El puesto del jefe es éste, Fidón —respondió Artemisia. —Me concederías un gran honor si me dejaras cubrirte con mi escudo, señora. Artemisia miró a los demás hombres. La mayoría eran veteranos, hombres que ya habían pasado la treintena y que ahora la miraban fijamente. La joven se imaginó sus ceños fruncidos tras los estrechos visores de los yelmos y leyó lo que estaban pensando. «Esa niña caprichosa nos va a poner en peligro a todos». Irritada, se volvió hacia Fidón. Si hubiera encontrado en su mirada una sola muestra de condescendencia, se habría negado a seguir su consejo. Pero los ojos del capitán brillaban suplicantes y sinceramente preocupados. Artemisia recordó que ese hombre había jurado al difunto tirano Ligdamis defender la vida de su hija con su propia sangre. —Hazlo entonces, Fidón —admitió con un suspiro—. Pero no creo que sea necesario. —Señaló con la lanza hacia el frente, donde la larga línea ateniense iba creciendo de tamaño conforme se acercaba por la llanura—. Los arqueros no les dejarán llegar hasta aquí. El propio Datis pasó a caballo por delante de sus tropas, seguido por un signífero que portaba el estandarte del dios alado. Si estaba dando instrucciones o arengando a sus hombres, Artemisia no lo llegó a saber, porque antes de llegar al ala izquierda, el general se coló por un pasillo abierto entre dos batallones y desapareció de su vista. Los griegos seguían avanzando. Artemisia, que formaba por primera vez en una falange para una batalla real y no para un ejercicio de instrucción, trató de escrutar los rostros de sus hombres, buscando en ellos señales de temor o preocupación. Pero bajo los yelmos sólo se veían mandíbulas apretadas. A su izquierda, a los persas se los notaba tranquilos, y en los rostros de algunos de ellos incluso brillaba una sonrisilla irónica. Sin duda debían de creer que se enfrentaban a una caterva de aficionados, y en parte tenían razón. Haced un papel digno antes de morir, atenienses. Dejadnos a los demás griegos en buen lugar, rogó Artemisia. —Thanuvaniya! Al oír la orden, los arqueros descolgaron sus armas de los hombros y cada uno de ellos sacó una flecha de la aljaba y la colocó en el arco, aún sin tender. Había entre cada fila algo más de metro y medio, lo suficiente para que pudieran apuntar sus proyectiles a lo alto y disparar todos a la vez con comodidad. Los atenienses se habían detenido. Artemisia calculó que no debían estar a mucho más de un estadio, y se dio cuenta de que tenía la boca seca. No es miedo, se repitió. Una vocecilla aguda le dijo en su interior que había cometido un error, pero que todavía podía resarcirlo retirándose a sus naves. La joven relegó esa voz a un telar imaginario y rogó a Ártemis que le concediera fuerza y valor. Recordó entonces las palabras del poeta Tirteo, cuyas elegías guerreras siempre había preferido a los epitalamios y los cantos de amor, y las recitó en voz alta. —¡Ea, pues! ¡Que cada uno aguante en su puesto separando bien las piernas, clavando en el suelo ambos pies y mordiéndose el labio con los dientes! ¡Que se cubra las piernas, el pecho y los hombros con la concavidad del amplio escudo! ¡Que enarbole en la diestra la robusta lanza y agite sobre la cabeza el terrible penacho! —Iéee! —contestaron sus hombres, y golpearon los escudos con el astil de las lanzas. Fidón miró a Artemisia y sonrió. —Muy bien, señora. —Thanuvana abiy asmanam! Los persas levantaron sus armas hacia el cielo y empulgaron las cuerdas. Decenas de miles de arcos compuestos crujieron a la vez. El estremecedor chirrido del cuerno y la madera al doblarse le recordó a Artemisia cómo sonaban los cables maestros de la Calisto cuando los tensaban con el cabrestante para ajustar la tablazón de la nave y resistir una tormenta. —No quisiera estar ahora en el pellejo de los atenienses —murmuró Fidón. Una trompeta enemiga tocó la llamada para embestir, y las demás la contestaron. Los atenienses entonaron el peán, abatieron las lanzas y se lanzaron a la carga. Artemisia ignoraba si viviría mucho tiempo, si sobreviviría a la batalla o a las intrigas de los persas, si se ahogaría en el mar o si algún día envejecería junto al fuego del hogar contando sus aventuras a sus nietos. Pero supo que, por breve o larga que fuese su vida, aquel momento jamás lo olvidaría. Pues, justo en ese momento, el sol salió a la espalda de Artemisia y de los persas, y sus primeros rayos cayeron de frente sobre los atenienses. Fue como si de pronto un pincel tiñera de oro la línea griega: sus escudos bruñidos, sus yelmos, incluso las puntas de sus lanzas brillaban. Y aquella marea dorada y deslumbrante venía a la carrera contra las tropas de Datis. Artemisia miró los rostros de los persas que tenía a la derecha, y en muchos de ellos vio pintado un temor supersticioso. Oyó cómo murmuraban el nombre de Ahuramazda y de Hvar, el sol, como si temieran que sus divinidades se hubiesen vuelto contra ellos. La orden de disparar corrió entre las filas, aunque quedó ensordecida por los trompetazos y el griterío de los atenienses. Miles de arcos restallaron a la vez y Artemisia contempló, admirada, la nube de flechas que vibraba en el aire como un inmenso enjambre de abejas, se levantaba hacia el cielo en un arco casi grácil y después se abatía sobre los atenienses. Y mientras las primeras saetas volaban hacia su objetivo, los guerreros persas ya habían cargado de nuevo sus arcos y volvían a dispararlos, cada uno al ritmo que marcaba su pericia. —¡Ojalá tuviera yo también un arco! —dijo Artemisia al oído de Fidón, casi gritando para hacerse oír—. ¡Así tendría algo que hacer! —¡Antes de que hayas respirado diez veces más, tendrás trabajo, señora! —contestó el capitán, y levantó la lanza sobre el brocal del escudo, preparándose para resistir la embestida. Artemisia dejó de mirar las flechas y concentró la vista en el frente. Allí, al final de las líneas enemigas, entre la oscura lluvia de flechas que caía del cielo, reconoció el escudo y el penacho del polemarca Calímaco. Tal como ella misma había recitado, separó bien las piernas, apretó los dientes y agazapó el rostro tras el escudo de modo que sólo sus ojos quedaban por encima del ribete de hierro.

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10 Opiniones

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    Alberto
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    En youtube se puede encontrar un video de Javier Negrete presentando Salamina.

    Diría que tiene buena pinta, pero a mi me ha gustado todo lo que ha escrito Negrete, así que igual no soy muy objetivo.

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    Alberto
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    El miércoles 9 de Abril, el autor de Salamina, Javier Negrete, estará en Madrid para presentar su último libro. El acto tendrá lugar en la Casa del Libro (Gran vía, 29) a las 20.00 de la tarde. Junto al autor intervendrá José Miguél Pallarés.

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    oscar
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    Estoy probando la mejora en los nuevos foros, y qué mejor demostración que incluyendo el video de Salamina aquí Guiño.

    Sí, pronto tendreis iconos, funcionarán las negritas y cursivas en navegadores distintos del explorer, se podrán añadir imágenes, y otras mejoras más:

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    Alberto
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    La verdad que está muy bien es o de tener videos. A ver si tenemos pronto la mejor y corrijo el hilo de Charlton Heston.

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    campeador
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    Para el que no lo sepa, la novela empieza prácticamente en la batalla de Maratón, que incluso me ha gustado más aún que la de Salamina. Las relacciones entre los protagonistas ya casi están definidas en este punto, y lo que sigue durante todo el primer tercio del libro es una batalla monumental. Como en Puertas de fuego (salvando las distancias, claro), se masca el sudor, el polvo y la sangre. Hay mucho de épico en esa batalla muy bien transmitido al lector. Y vemos a los atenienses como los atenienses que fueron: un ejército de 10.000 ciudadanos y 10 generales, pero 10.000 generales en potencia (como los 40.000.000 de seleccionadores de España, vamos) y en el que los 10 generales están a la gresca entre sí (como la selección española, vamos), lo que hace que su maravillosa carga sea aún más épica si cabe.

    Y si en Maratón está bien tratada las discrepancias entre atenienses, igual lo está en Salamina las discrepancias entre griegos; e igualmente gráfica es la batalla. Casi puedo oler uno el sudor de los remeros y agobiarse ante las estrecheces de los trirremes.

    Quizá la única pega es el excesivo protagonismo de Temistocles en todos los actos. Vale que fuese el hombre decisivo en la estrategia de la batalla y, probablemente, a largo plazo entre Maratón y Salamina, pero es que aquí el hombre está detrás de absolutamente todas las decisiones importantes entre una tribu de dirigentes que rozan la mezquindad. Quien sabe si fue así realmente o no, pero a uno le queda la agridulce sensación de que la gesta de unas ciudades libres queda reducida a la glorificación de un sujeto maquiavélico.

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    kouga
    on

    buenas, lo que queria saber es si merece la pena comprarlo,es que lo he visto de casualidad en una tienda y queria saberlo por que 20 euros son 20 euros aparte si el que edito antes llamado" alejandro magno y las aguilas de roma" merece la pena.

     solo he leido el de el señor del olimpo bueno mejor dicho estoy en ello y por ahora me gusta. ¿me recomiendas estos dos ultimos de negrete?

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    campador
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    Sí, ambos. Sin duda.

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    Javier Negrete
    on

    Hola a tod@s.

    Os cuento que los dos próximos fines de semana estaré firmando en la Feria con este apretado horario:

    Sábado 7 mañana 12:00 a 14:00
    Estudio Escarlata
    Caseta 38

    Sábado  7 tarde 19:00 a 21:00
    Arte9
    Caseta 271

    Domingo 8 mañana 12 a 14
    Arbol letras
    Caseta 182

    Domingo 8 tarde 19 a 21
    Generación X
    Caseta 29

    Sábado 14 mañana de 12 a 14
    El Corte Inglés
    Caseta 323

    Sábado 14 tarde 19 a 21
    Marcial Pons
    Caseta 31

    Domingo 15 mañana 12 a 14:00
    Espasa
    Caseta 203

    Domingo 15 tarde  19 a 21:00
    Antonio Machado
    Caseta 310

     

    Espero ver a muchos seguidores de Interplanetaria por ahí 🙂

    Un saludo a todos,

    Javier Negrete

     

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    oscar
    on

    El lunes, 30 de junio de 2008 a las 19.30 horas, se presenta el libro Salamina, de Javier Negrete en el Salón de Actos del Ateneo de Madrid C/. Prado Nº 21. Estáis todos invitados. Para más información: http://www.ateneodemadrid.com/

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