Shakespeare. La Biografía

En esta biografía Ackroyd logra que el lector acompañe al universal dramaturgo en sus primeros pasos en el mundo del teatro isabelino, mostrándole las convenciones teatrales de la época, deteniéndose en aspectos como la consideración social de los actores, la gestión económica de las compañías teatrales, los procesos de edición de los textos, los plagios, las tertulias, los modos y métodos de trabajo tanto de la creación dramatúrgica como escénica; en definitiva analizando con detenimiento y exponiendo con colorido el contexto en que se desarrolló el talento de un genio al que vemos crecer paso a paso. Una nueva espléndida biografía del autor de Londres o Tomás Moro.

ANTICIPO:
Este apuesto zagal se convertirá en la bendición de nuestro país

A finales del siglo XVI, educaban a los niños mediante una disciplina severa. Un chiquillo se quitaba el gorro antes de dirigirse a sus mayores, servía a sus padres en la mesa y, durante la comida, permanecía de pie en vez de sentarse. Madrugaba, rezaba las plegarias marínales, se lavaba la cara y las manos, se peinaba y bajaba la escalera, a fin de arrodillarse y recibir la bendición de sus padres antes del desayuno. Solía dirigirse a su padre llamándolo «señor», sí bien en una de las obras de Shakespeare aparece el vocablo «dad» (papá) que, en galés, es la palabra formal para decir «padre» y, por consiguiente, forma parte del dialecto fronterizo que conocía tan bien.

Los sociólogos del siglo XX han puesto de relieve la severidad de la familia del siglo XVI, en la que predominaba la autoridad patriarcal y en la cual la represión o el castigo eran los medios más habituales para tratar a los niños de uno y otro sexo. Aun así, un análisis tan amplio debe dar lugar a las dudas, y las obras de Shakespeare a menudo abordan el tema del fracaso de la autoridad paterna. Los niños suelen volverse «revoltosos» o «desenfrenados», y la vara de castigo es «más denostada que temida». Por otro lado, los niños de Shakespeare son respetuosos, serios, observadores y a menudo de lengua viperina; manifiestan respeto y obediencia, pero no muestran el menor indicio de miedo ni de sometimiento. También en las obras dramáticas suele poner a padre e hijo en una relación amistosa o idealizada, por lo que es posible que el testimonio del dramaturgo sea más atinado que las especulaciones del sociólogo.

La niñez es un aspecto imposible de ocultar de la vida de un escritor. Aflora sin ser anunciada y espontáneamente en infinidad de contextos. Es posible negarla o desvirtuarla sin provocar graves trastornos psíquicos a la superficie de la escritura. Es la mente misma de la escritura y, por lo tanto, resulta imprescindible que permanezca impoluta. Por consiguiente, resulta de sumo interés que los niños de las obras de Shakespeare sean igualmente precoces y agudos y posean una gran confianza en sí mismos. En ocasiones, se muestran «díscolos» e «impacientes». Son peculiarmente conscientes y expresivos, y hablan con sus mayores sin manifestar tensión o inferioridad. En Ricardo III, uno de los jóvenes príncipes que no tardará en ser enviado a un lamentable final, es descrito (1.580—1.581) en los siguientes términos por su malévolo tío: «astuto, rápido y atrevido, ingenioso y osado, capaz de cualquier cosa; es igual que su madre».

Nos hemos acostumbrado a situar a Shakespeare niño en el mundo isabelino y convencional de la infancia, y a creer que participó en juegos como arrojar trozos de hierro a una marca o el escondite y sus variantes; en sus obras Shakespeare menciona el juego de pelota, los bolos, el marro, cierta variante del escondite y también otros entretenimientos rurales, como las carreras para pillar un objeto y rescatar al caballo bayo del cieno. Incluso se refiere al ajedrez, aunque no parece conocer las reglas. Es probable que, en ciertos aspectos, fuera un niño peculiar. También me precoz y observador; además, destacó en otras facetas.

No cabe la menor duda de que devoraba libros. Buena parte de sus primeras lecturas reaparecen en su obra dramática. ¿Acaso existe un gran escritor que no haya pasado la niñez inmerso en libros? Alude a La muerte de Arturo, de Malory, libro tan apreciado por la posadera Siemprelista, y a los antiguos romances ingleses de sir Degore, sir Eglemour y Bevis de Southampton. Delgado presta un librito de adivinanzas a Alicia Pancorto y Beatriz hace alusión a Cien novelas festivas. Algunos de los primeros biógrafos coinciden en que poseía un ejemplar de The Palace of Pleasure, de William Painter, así como la traducción de Richard Robinson al inglés de Gesta Romanarum, cuyas leyendas son la materia prima de algunos argumentos propios. Por razones parecidas, se ha representado al joven Shakespeare volviendo a las páginas de Kynge Appolyne of Thyre, de Copland; de Pass Tyme of Pleasure, de Hawes, y de The Tragedles of all such Princes as fell from theyr Estates, de Bochas. También hay que contar con los relatos populares y los cuentos de hadas de su vecindad, que supusieron una fuerza tan renovadora en sus obras de los últimos tiempos.

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Obviamente, el papel de Mary Arden en Henley Street fue decisivo. Con la ayuda de una sola criada, no tuvo más remedio que lavar la ropa, escurrirla, coserla y remendarla; cocinar, destilar cerveza, pesar la malta y el grano, ocuparse del huerto y la vaquería, hilar con la rueca, vestir a los niños, guisar las comidas, preparar vinos y aguardientes, teñir los paños, «alegrar la mesa y tener todo en buen orden en la casa».´ Como niña criada en la granja de los Arden, ya estaba acostumbrada a ordeñar las vacas, desnatar la leche, preparar mantequilla y queso, dar de comer a los cerdos y las aves de corral, aventar el trigo y preparar heno. Todos esperaban que fuese práctica y competente.

Shakespeare tenía tres años cuando nació su hermano Gilbert, bautizado en el otoño de 1566. Prácticamente no se sabe nada más de él. Murió a los cuarenta y cinco años, tras haber llevado una vida comente como comerciante en Stratford; era inevitable que siguiese la profesión de guantero de su padre. Fue, en esencia, el hijo obediente, aunque William debió de vivir su llegada como una amenaza. Luego llegaron otros vástagos cuyos nombres coinciden, curiosamente, con los de dos malvados de Shakespeare, Ricardo y Edmundo, así como dos hijas, Joan y Anne.

Shakespeare se ocupa de la familia más que cualquier otro dramaturgo de su época; da la máxima resonancia a la naturaleza y la continuidad de la familia, que a veces se convierte en metáfora de la sociedad humana propiamente dicha. En sus obras, la violencia entre hermanos estalla con más frecuencia que entre padres e hijos. Es posible que el padre sea débil o interesado, pero jamás se convierte en el blanco de la hostilidad o la venganza.

Se ha dedicado mucha atención a la rivalidad entre hermanos presente en la obra de Shakespeare y, más concretamente, al patrón según el cual el hermano pequeño usurpa el lugar del mayor. Edmundo sustituye a Edgardo en el afecto de su padre, y Ricardo III se encarama a los cadáveres de sus hermanos. Tal — como la relata Shakespeare, la guerra de las Dos Rosas puede considerarse un conflicto fratricida— Claudio asesina a su hermano, y Antonio conspira contra Próspero. Existen más variaciones de este delicado tema. En veinticinco ocasiones, Shakespeare alude al asesinato de Abel a manos de Caín, su hermano menor. También se percibe la presencia penetrante de la envidia y los celos, captada con más sutileza en el miedo a la traición que muestran personajes tan dispares como Leontes y Otelo. Se trata de uno de los grandes temas shakespearianos. Aunque el biógrafo debe evitar la cómoda posición de psicólogo de sofá, las conexiones resultan, como mínimo, sugerentes. En sus obras, la rivalidad entre hermanos brota tan instintiva y espontáneamente como si se tratase de uno de los principios de la composición.

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Como es evidente, más allá de la esfera de la imaginación dramática, las condiciones en casa de los Shakespeare estaban rodeadas del tedio vital de la vida cotidiana. De todas maneras, aparecen indicios aislados de su posición social y aspiraciones. En 1568, año en que lo nombraron alcalde de Stratford, John Shakespeare solicitó un escudo de armas. Era lógico y práctico que el alcalde dispusiese de un escudo de armas y estandarte para diversas conmemoraciones. Puesto que ostentaba un alto cargo municipal, podía sellar su importancia convirtiéndose en caballero. Los conocidos como caballeros eran «quienes, por su estirpe y sangre o, al menos, sus virtudes, son nobles y reconocidos». Ese grupo abarcaba alrededor del 2 por ciento de la población.

John Shakespeare deseaba inscribirse en dicho «registro de distinguidos y nobles»´ y, para conseguirlo, tenia que demostrar que poseía propiedades y bienes por valor de doscientas cincuenta libras y vivía sin la tara del trabajo manual; cabía esperar que su esposa «vistiese bien» y «tuviera servicio». Presentó en el colegio de heráldica un esbozo de su escudo de armas y su solicitud fue debidamente apuntada. La fórmula de sus armas constaba de un halcón, un escudo y una lanza rodeada de oro y plata; el halcón aletea y, con la garra derecha, sostiene una espada de oro. Por eso interpretamos «shake spear» como «blandir la espada». La divisa que acompaña el emblema reza «Non Sanz Droict», es decir, «no sin derecho». Se trata de una osada declaración de distinción. Por razones que desconocemos, John Shakespeare no siguió adelante con la solicitud. Es posible que no estuviese dispuesto a abonar los elevados honorarios de los heraldistas…, o que tal vez sólo manifestara un interés pasajero por lo que, básicamente, parece haber sido un deber cívico.

Veintiocho años después, su hijo dirimió la cuestión. William Shakespeare renovó la solicitud de su padre, con el escudo de armas original, y lo consiguió. Por fin su padre fue caballero. Aunque se tratara de una ambición largamente deseada, cabe la posibilidad de que, en parte, lo hiciese para contentar a su madre, ya que defendió las reclamaciones de distinción de su progenitora.

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