Skogland

Jarven, una adolescente, gana un extraño casting para una película que se rodará en el extranjero. Una vez allí, descubre que el rodaje es una maniobra política en la que ella deberá suplantar a la desaparecida princesa de Skogland, un país fantástico aparentemente perfecto que en el fondo resulta ser un ejemplo de intolerancia y racismo. ¿Conseguirá Jarven restaurar la igualdad y la paz?

Kirsten Boie ha ganado numerosos galardones (en los últimos meses el prestigioso Deutscher Jugendliteraturpreis 2007 a toda su carrera) y actualmente dirige la Casa del Libro Infantil de Hamburgo. Trabajó varios años como profesora, lo que le permite estar al corriente de los gustos juveniles y, en la actualidad, además de escribir, realiza habitualmente encuentros y lecturas con ellos. En Alfaguara Infantil y Juvenil ha publicado en la Serie Naranja: Todo cambió con Jacob y Qué suerte hemos tenido con Paule.

ANTICIPO:
El sol desapareció tras una nube y en la terraza las chicas sintieron el frescor de la tarde. Incluso allí, en el norte de Alemania, ya era pleno verano, y el tenue verdor de finales de primavera iba adquiriendo poco a poco los tonos cálidos de la estación. Por primera vez ese año, habían hecho los deberes en el jardín; en ese momento Tine recogía enérgicamente sus lápices.

—Los deberes de Educación Artística tendrían que estar prohibidos —dijo con un mohín mientras miraba la hoja de bloc, de cuyo borde inferior nacía un árbol tímidamente esbozado y borrado en varios puntos—. Al fin y al cabo, es una asignatura para pasarlo bien.

Jarven suspiró.

—Por eso ponen deberes, porque todo el mundo piensa lo mismo que tú —dijo—. La profesora quiere hacerse la importante. Sólo por eso estamos ahora dándole vueltas al asunto, ¿qué te apuestas?

—En todo caso, me está entrando frío —dijo Tine—.Y eso significa que se ha acabado el árbol genealógico, por mí mañana puede cantar misa. Dentro no pienso ponerme otra vez.

Jarven miró pensativa su dibujo, luego lo enrolló y lo sujetó con un elástico.

—Quizá luego le pregunte a mi madre —comentó—. No he puesto prácticamente nada.

—Por el extranjero, claro —dijo Tine, pero de pronto dio un respingo—. No, no quería decir eso, ¡ya lo sabes! Pero ése es el motivo de que no puedas poner el nombre de tus abuelas y bisabuelas, y de todos los demás. Sólo puedes pintar medio árbol genealógico.

Jarven sacudió la cabeza.

—Y la parte del dibujo que se refiere a mi madre, ¿la encuentras lograda?, ¿sí? —preguntó ella—. Tampoco tengo nada.

La madre de Tine asomó la cabeza por la puerta de la terraza.

—¿Chicas? —llamó—. Hace demasiado frío para que estéis aquí fuera.

Tine apretó los labios.

—¡Ay, nooo! —imploró.

—No repliques —dijo la madre sin inmutarse—. La cena está en la cocina. ¿Venís a cenar?

Jarven negó con la cabeza.

—Me parece que es mejor que me vaya a casa —dijo insegura—. Mi madre se preocupa mucho.

Tine se tocó la frente. —Son las siete, preciosa —dijo—. En la tele están con los dibujos animados todavía. Tu madre exagera un montón. Tendrías que educarla un poquito.

La madre de Tine le puso a Jarven la mano en el brazo.

—No, eso no lo hagas —dijo—. Pero mándale un mensaje y dile que te quedas a cenar. Así sabrá dónde estás.

Jarven asintió y sacó el móvil. Sabía que su madre se iba a enfadar. Las hijas no mandan a sus madres mensajes sin más para decirles dónde están y que se van a retrasar.

Las hijas llaman por teléfono para preguntar si se pueden quedar un poco más. «Aún estoy con Tine», tecleó. Ojalá tuviera el móvil encendido. Su madre era siempre tan descuidada. «En casa de los Hellen. Besos. Jarven». Luego apagó el móvil. No tenía ganas de que le llegara un mensaje de su madre diciendo que fuera inmediatamente.

—¡Ya! —dijo Jarven dejándose caer en la cuarta silla de la cocina. (Menuda educación. Hay que sentarse despacio y con la espalda recta). Le gustaba la cocina de Tine. Siempre estaba algo desordenada, siempre había platos sucios o recién lavados en la encimera junto a la pila, y en la pared, tras la mesa, un tablón de corcho con muchos papelitos colgados, tantos que siempre se caía alguno al suelo: La pizza voladora. Se sirven pedidos a domicilio sin demora, o Reparaciones de televisores, vídeos y DVDs, atención inmejorable, y un listado de los teléfonos de urgencia y de las farmacias de guardia el año 1997, con los bordes amarillentos. Jarven estaba segura de que la madre de Tine nunca había quitado ninguno de esos papeles, sólo los iba añadiendo. Su madre se moriría del susto si lo viera.

—¿Habéis acabado los deberes? —preguntó el padre.

También por eso le gustaba la cocina de Tine. La casa de Tine. Las comidas allí. Porque eran una familia de verdad. Padre, madre, hija. Dos hijas, si Jarven se quedaba. Y porque el padre de Tine era como era: siempre amable, un poco despistado, sin levantar jamás la voz. Es cierto que ella no tenía mucho trato con padres, pero estaba convencida de que un buen padre tenía que ser justo así. El de Tine siempre le daba la impresión de que se alegraba de su visita.

—No, ¡hoy es imposible acabar con los deberes! —respondió Tine, manoseando una loncha de embutido; luego la dejó de nuevo en la fuente, arrugando la nariz—. Un árbol genealógico.

—¡Buah! —dijo el padre. «Mamá se desmayaría», pensó Jarven. «¡Un hombre adulto!»—. ¿Y? ¿Os ha salido bonito?

Tine se tocó la sien para indicar que aquello era de locos y preguntó:

—¿Cómo? ¿Tú sabes cómo se llamaban los padres de la abuela Bietigheim?

Él asintió serio.

—Romuald, barón de Düttundatt, y Bettine, baronesa de Düttundatt —dijo—. ¿Necesitas las fechas de nacimiento?

Jarven se rió en voz baja.

—A lo mejor luego se me ocurre algo a mí también —dijo la chica—. Mi árbol es muy poca cosa. Mañana la profesora se va a enfadar.

—¿Necesitas unos cuantos nombres creíbles? —preguntó el padre de Tine. Su cuchillo descansó sobre el pan.

Jarven hizo un gesto de negación con la cabeza.

—¿Como los de antes? —preguntó. Sí, le irían bien, la verdad. A ella no se le ocurrían, sobre todo los extranjeros, alguno turco a lo mejor. Por su aspecto, ésos le irían bien. Pero igual al padre de Tine los turcos tampoco se le daban bien.

La madre de Tine le alcanzó la cesta del pan.

—No te lo tomes tan en serio —dijo—. Dentro de una semana llegarán las vacaciones. Seguro que ya han celebrado las reuniones de evaluación; así que ya da lo mismo lo que hagáis ahora. Aunque no debería decíroslo.

En ese instante sonó el timbre.

—¿Y? —dijo el padre de Tine levantándose—. ¿Espera alguien a alguien?

Jarven sabía perfectamente quién estaba al otro lado de la puerta.

—¿Cómo que desaparecida? —gritó Norlin—. ¡Por Dios! ¿El servicio de seguridad no tenía agentes allí? ¡El internado estaba vigilado a todas horas!

—Por lo que parece, alteza —dijo el secretario levantado los hombros, como si esperara recibir una bofetada, aunque aquello era imposible—, a esa misma hora han… Una maniobra de distracción, por lo visto…

—¿Y? —gritó Norlin. Todavía no habían corrido las cortinas de las ventanas y la luz amarillo rojiza de los faroles de la plaza del palacio iluminaba la oscura estancia—. ¿Qué dice la tutora? ¿Y el director? ¿De qué podría tratarse?¿Hay visos de que sea un secuestro?

El secretario dio un paso atrás, como si esperara definitivamente ser presa de la ira del virrey.

—¡No nos podemos imaginar otra cosa, alteza! —respondió—.Pero lo más extraño es que… Lo más extraño es…

—¿Sí? —dijo Norlin.

—Por lo menos, eso aseguran los hombres del servicio de seguridad —dijo el secretario—. No había ni un solo coche en la zona horas antes de su desaparición. Y ya sabe que es muy fácil divisar todo el recinto del colegio en kilómetros a la redonda.

—¡Si uno se molesta en hacerlo! —comentó Norlin—.Ni siquiera debería preguntar si se ha avistado algún helicóptero.¿Furgonetas? ¿Coches de caballos?

—¡Nada, alteza! —respondió el secretario con rapidez, mientras se inclinaba—. Los hombres están plenamente convencidos.

—¡No habrán mirado bien! —murmuró Norlin. Observó al secretario y tamborileó con los dedos sobre la mesa del despacho—. ¿Un paso subterráneo? Pero se rastreó toda la zona antes de que mi cuñado internara a Malena en ese colegio.

—Un paso subterráneo es improbable, alteza —dijo el secretario inclinándose de nuevo—. Por el suelo, que es muy rocoso. El jefe de la investigación…

Norlin le interrumpió.

—¡Quiero hablar con él! —dijo—. ¡Ahora! Ya.

El secretario corrió inclinado hacia atrás, hasta llegar a la puerta.

—¡Claro, alteza! —dijo—. Voy inmediatamente a…

—¡Y nada a la prensa! —gritó Norlin—. ¿Me ha oído? ¿Me ha oído? ¡Antes quiero saber más! Dios mío, una palabra equivocada, algún detalle tonto, todo, ¿me oye?

¡Todo puede exponer la vida de mi sobrina! —y de pronto parecía que acababa de comprender la importancia de lo que le habían comunicado.

—Lo transmitiré, alteza —contestó el secretario, y alcanzó el picaporte a su espalda—. Enseguida aviso al jefe de la investigación…

—Y necesito a Bolström —dijo el virrey, dejándose caer agotado en el sillón del despacho—. Mándeme a Bolström. Me da lo mismo dónde esté.

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Interplanetaria

3 Opiniones

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    yo
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    [color=green][font=andale mono]Esta muy bien el libro[/font][/color] 😉

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    :)
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    [font=comic sans ms]el libro es muy bueno , sin duda alguna es una buena novela infantil ha consegudo engancharme y no poder parar de leer doy mi enhora buena a kisten boie[/font][color=pink][/color]

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    mokdwhkjqf
    on

    ME ENCANTO ESTOY PICADISIMA Y NO PUEDO DEJAR DE LEER. ES MI LIBRO FAVORITO.!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!!

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