Tartessos

La sola mención de Tartessos, el nombre con el que designaron los giregos al misterioso país de occidente donde los fenicios obtenían el estaño, el oro y la plata que les convirtieron en una potencia mundial, evoca inmediatamente en el lector una cultura esplendorosa y enigmática de la que apenas ha quedado rastro, más allá del célebre Bronce Carriazo o el Tesoro del Carambolo.

La desaparición de la nueva sibila de Noctiluca, la adivina del templo, desencadena una trama llena de acción e intriga situada en el espacio mítico de Tartessos y en todo el mundo conocido en el siglo VI a.C. Hiarbas de Egelasta, el joven ministro de los Metales, recibe del rey el encargo de buscarla. Esto le hará viajar a Oestrymmia (Bretaña), Albión, y todo un recorrido por el Mediterráneo, tras la pista de la sibila. Poco a poco va descubriendo que en toda la intriga los cartagineses tendrán mucho que ver.

Una recreación muy documentanda de la rica cultura de Tartessos, uno de los mitos más enigmáticos de la historia antigua de España, y una trama dominada por la intriga y la aventura.

ANTICIPO:
El emporio gadirita, codiciada perla de las colonias tirias, lo integraban varias islas de prodigiosa seducción y de óptimos fondeaderos para el refugio y la mercadería. Los reductos de defensa, las mansiones, los talleres y la acrópolis, se erigían en Eriteia, una ínsula de altozanos coronada por el palacio de los sufetes y los templos de Astarté y Baal Hammón. Otra isla mayor y estirada hacia el sur, que nombraban Kotinussa, «la de los olivos silvestres», albergaba en su extremo sur el afamado templo de Melqart, frente al arbóreo islote de Antípolis.

Hiarbas sabía por Milo que Gadir había sido fundada por el sarím fenice Arzena, príncipe mercader de Tirq; siguiendo el mandato sagrado del oráculo y del rey Pigmalión, más de trescientos años atrás. Temerarios negociantes tirios habían recalado en las Columnas de Hércules, transformando la ínsulas gaditanas en el centro más floreciente de Occidente, superando en jerarquía a Cartago, Útica y Lixus.

Los navíos doblaron el promontorio de Astarté Marina, el templo cimentado sobre una gruta natural y que sostenido por columnas dóricas espejeaba lamido por el albor del amanecer.

La caleta donde atracó la galera resultaba un abrigo ideal para el amarre y continuaba en un canal hasta desembocar en la gran bahía tartéside. Sobresalían en sus aguas las naos de guerra con feroces nombres escritos en caracteres fenicios, la temida flota que preservaba sus rutas de los piratas tirsenos. En la atestada cala, que los tirios llamaban cothon, se balanceaban decenas de barcos calafateados con pez y arcilla. Destacaban las gauloi, naos redondas cargadas hasta las bordas de ánforas y sacas de mercancías, las pataikoi con polícromos geniecillos benéficos prendidos a los mascarones de proa, naos capaces de largas travesías para transportar el oro de la costa de Uphas y los esclavos de Libia, así como las hippoi de pesca, reconocidas por las cabezas de caballo que las engalanaban.

Hiarbas descendió la escala seguido del séquito de la Pentarquía del Metal, y fueron recibidos por el Wakil Tamkan, un oficial del Consejo de los Veinte de Gadir, de cuyas orejas pendían dos aretes de perlas. Se cubría con un ropaje listado y un gorro puntiagudo ribeteado de púrpura, y al son del tintineo de los crótalos lo saludó en cananeo, tras las acostumbradas fórmulas de cortesía:

-Salud, pentarca. Que Tanit conduzca sabiamente tus pasos en Gadir.

-YPoseidón amanse vuestras aguas -replicó con modales exquisitos.

Los lastres y aparejos se amontonaban por doquier junto a las escorias donde husmeaban los cebones, las gallinas y los gansos. Un intenso hedor a salitre, tripas de pescado y vinagre les reveló a los recién llegados la proximidad de las factorías donde se elaboraba el garum de Gadir, una pasta gelatinosa fabricada con las vísceras de los atunes, pescados de roca, hierbas olorosas, aceite y otros ingredientes secretos que, una vez macerados y fermentados, hacían las delicias de los más sibaritas de la ecumene.

Atravesaron el peristilo del santuario, muy amado por los marinos. Su techumbre de placas de bronce, obsequio de Argantonio, centelleaba con la llameante alborada. Sobre el altar oscilaba el fuego sagrado que iluminaba dos ebúrneas imágenes de la diada fenicia, Astarté Marina sentada sobre una esfinge alada y una flor en el pecho, y de Hércules tebano, con la maza en una mano y cubierto con la piel del león de Nemea. Tras sacrificar tres palomas y donar un presente al Trono de la Salvadora, Hiarbas renunció a solicitar el oráculo de la pitia y depositó a los pies del semidiós una rama del árbol de Gerión, su legendario antagonista de la otra orilla.

Abandonaron el tabernáculo y avanzaron entre un laberinto de almazaras y lagares hacia los torreones de la ciudadela, donde, para escarnio público, colgaban los cuerpos horrendamente despellejados de dos corsarios. Dejaron a un lado las pestilentes factorías de púrpura, donde los operarios trajinaban con el múrex, un molusco con el que coloreaban sus tejidos, y que tras una penosa labor, pues se necesitaban cientos de conchas para extraer una pizca de colorante, exponían al fuego y luego al sol, para que adquiriera los tonos azules, rojos y morados tan estimados en los mercados, donde los vendían a precios exorbitantes.

Tras el portalón de bronce y cedro del Líbano se hacinaban más de cincuenta mil almas entre sidonín, metecos y esclavos, mujeres y hombres de piel morena que vestían gorros frigios y ropones vivaces, atestando las callejuelas repletas de tiendas y almacenes.

En las travesías se abrían canales para recoger las aguas de la lluvia, dada la escasez de pozos en la urbe, y en el mercado, de un intenso tufo a especias, se extendía un mar de toldos donde se vendían joyas, bronces de Turpa, vinos de Qyos, cántaros de especias, lino de Egipto, púrpuras, pebeteros de plata, carnes asadas, pescados, marfiles, espejos de Sidón, sandalias de cuero y esparto, peines y amuletos.

A espaldas del gran zoco se alzaban las oficinas especializadas en el intercambio de metales, las escribanías y los bazares de los exquisitos productos de Oriente. Y conforme se acercaban a la acrópolis, en el centro geográfico de la isla, abundaban los cobertizos de salazones, los talleres de tridracmas, conchas grabadas con flores de loto, las factorías de soplado de cristal, y los almacenes de sedas donde se hilaban delicados tejidos. Acémilas con cántaros rezumantes acarreaban agua a las casas, pues no existía ninguna fuente dentro de Gadir, y debían de trasladarla de un venero que brotaba en el templo de Baal Hammón, al otro lado del canal, porque en el estío se agotaban los pozos de las casas.

Un emisario de rostro cetrino hizo resonar la tuba cuando desembocaron frente al Palacio de los Sufetes. En las escaleras, protegido del sol por un palio de tonos carmesíes, aguardaba un hombre de porte augusto cuya opulencia era proverbial en Tartessos y que recibió a la legación calurosamente. Destacaba por la barba sofisticadamente trenzada al modo asirio, gran corpulencia y una frente despejada enfundada en una mitra púrpura. Sonrió llevándose los brazos al pecho, tras una leve pleitesía con la testa.

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11 Opiniones

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    Lhitos
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    Es buena cosa que los escritores españoles vayan hablando (con acierto o no) de nuestro pasado, que es tan rico y no sólo no tiene que envidiar, sino que podría dar lecciones al de otros paises en cuanto a material, y que sin embargo han producido muchisimas más novelas históricas.

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    Noticias
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    Jesús Maeso firmará ejemplares de su última novela, TARTESSOS, en la Feria del Libro de Madrid, sábado 7 de junio, de 12.00 a 13.00, en la caseta de Edhasa (nº 5).

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    jaime
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    Cierto, cierto. Pero sigue doliendo que la mejor novela sobre nuestro medievo sea obra de un extranjero, me refiero a El puente de Alcántara. Está actualmente en bolsillo. Es ideal para las vacaciones, y más barato que la edición en tapa dura.

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    In
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    El quince de julio me voy de vacaciones. Estaría bien elaborar una lista de títulos interesantes como lectura. Me llevo quince y luego leo cinco, pero bueno…

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    jaime
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    Tal vez dos, normal y bolsillo. Por lo general, no me llevo libros caros a la playa. Acaban demasiado estropeados, y prefiero no arriesgar.

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    hur
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    Yo también hago lo mismo si voy de viaje. En vacaciones, sólo me llevo libros caros o difíciles de reemplazar si estoy con la familia de vacaciones en un pueblecito.

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    Macias
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    Tengo a Al-Gazal, como la mejor novela de tema andalusí- medieval que he leído. Leedla y no os arrepentiréis. Seguro.

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    Macias
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    Tengo a Al-Gazal, como la mejor novela de tema andalusí- medieval que he leído. Leedla y no os arrepentiréis. Seguro.

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    Omega
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    Sin duda, pero… la civilización de Tartessos se desarrolla mucho antes, en el siglo VI A.C. y no le veo la relación con la andalucía musulmana.

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    Mac
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    Me refería que la obra de JESUS MAESO, entre las que se encuentran AL-GAZAL, LA PIEDRA DEL DESTINO, Y EL PAPA LUNA, son de los mejor que yo he leído en narrativa histórica.

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    Aurelio
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    Me ha paracido increible que todo esto ocurriera en mi ciudad.

    Un libro que sin duda hay que leer.

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