Tatuaje de monstruo

El Continente Central es un sitio peligroso en el que humanos y monstruos conviven en inquietante vecindad. En esta tierra, un chico llamado Rossamünd está a punto de embarcarse en un viaje hacia su destino: una gran aventura llena de encuentros inesperados en la que deberá aprender en quién confiar, a quién temer y, sobre todo, a elegir su camino con cuidado… Las historias tan vívidas e imaginativas son poco frecuentes. David M. Cornish nos introduce en algo maravilloso y nuevo, llamado a ser un clásico dentro del género de la literatura fantástica, y a la vez profundamente moderno. El viaje de Rossamünd, primera entrega de una serie llamada a romper moldes, es una novela que nadie debería perderse.

La novela obtuvo el premio Aurealis 2006 en la categoría de novela juvenil.

Más información en:

http://www.tatuajedemonstruo.com/index.php

ANTICIPO:
[…]

El sénsar volvió a vacilar. Se envolvió en la capa y se alejó, cruzando a toda velocidad el negro hueco que había entre los ásperos troncos.

Por supuesto, lo único que oía Rossamünd era el martilleo de su pulso en los oídos y mucho menos podía oler lo que Licurio había llamado «problemas» e «inquietante». Más allá del posible significado, le aliviaba librarse de ser el objetivo de los propósitos homicidas de aquel vil hombre. Aunque respiraba pesadamente, se quedó quieto.

En el silencio del bosque, la fúlgar vigilaba.

—Estoy segura de que se ha ido para un buen rato, por lo que disponemos de tiempo para conseguir que te recuperes —hablaba con fatiga—. ¿Tienes reconstituyentes o vigorizantes? Te daría alguno de los míos, hijo, pero están preparados para mi… peculiar constitución… Dudo de que ese viejo y malhumorado sénsar te pase alguno de los suyos.

Enarcó sus cejas curvas como si estuviesen conspirando juntos.

El muchacho le dirigió una débil mueca, ya que quería que la fúlgar siguiera de talante amistoso, y asintió, mermado por el aturdimiento, cuando recuperó la movilidad.

—¿Y dónde pueden estar?

El expósito crispó el rostro cuando intentó hablar por vez primera:

—Mor… Morral…

Hizo un gran esfuerzo para incorporarse y Europa se apresuró a ayudarle. Cuando ella le tocó, Rossamünd se encogió y cayó hacia atrás sobre el resbaladizo asiento. La dama advirtió su malestar y retiró las manos con un gesto tranquilizador que, sin embargo, parecía fingido. Tomó la bolsa y se reclinó hacia atrás al tiempo que decía:

—Aquí la tenemos.

Cuando finalmente consiguió incorporarse, se apoderó de él un cansancio enorme. Rossamünd la vio rebuscar entre sus pertenencias. Después de un momento sacó algo de la bolsa y extendió la mano. Ahí estaban los sacos de sales irritantes, sorprendentemente secas y otra vez operativas después de que el remojón en el Corrientes las hubieran convertido en lodo blando en apariencia irrecuperable.

¡Qué maravillas puede obrar la alquimia de Craumpalin!

—Muy útil —reconoció la fúlgar mientras ladeaba la cabeza—, pero no es lo que necesitamos.

Rebuscó de nuevo y enseguida extrajo la masa amorfa en que se habían convertido la documentación para el viaje y una letra de cambio, todavía húmedas, y comenzó a olfatear.

—He aquí un misterio —dijo mientras colocaba el mojado bulto junto a ella. Encontró lo que buscaba poco después: las botellitas blanquecinas de los reconstituyentes marcadas con una letra de color azul oscuro y la marca de Craumpalin, C-R-p-N—. Ajajá, la reconocería en cualquier parte —le tendió una botellita—. Agua de evanda, es buena para todo. Hay alguien al que le caes muy bien para que te haya preparado esto, hombrecito. Te vale como reconstituyente y vigorizante con un solo trago. Estupendo. Ábrela y no le des importancia al sabor.

Rossamünd conocía perfectamente aquel bebedizo y bendijo de corazón al viejo sanador por su generosidad, tal y como ya había hecho tantas y tantas veces.

[…]

—Bueno, ahora necesito preparar mi brebaje con urgencia —Europa parecía inquieta—. ¡Espera! Volveré enseguida. Mañana llegaremos a una venta, anímate con esa perspectiva. Allí serás mucho más… feliz, estoy segura.

Rossamünd no albergaba duda alguna.

Se escuchó un ruido lejano pero audible desde la dirección por la que se había ido a explorar el sénsar cuando la fúlgar se bajaba del landó llevando oculta la caja negra. Echó pie a tierra y frunció el ceño al mirar hacia el lugar de donde procedía el sonido.

—Eso no presagia nada bueno —observó.

El sonido, en realidad una serie de sonidos, les llegó de nuevo. A Rossamünd le parecía como si alguien apartara a golpes las ramas del sotobosque. Abrió la boca para preguntar, pero Europa le acalló poniéndole la mano en los labios. El expósito notó en la palma desnuda cinco bultos con reborde y descoloridos como topos. Ignoraba por completo qué podían ser.

La fúlgar extrajo algo de la caja negra y se lo llevó a la boca, tal y como había hecho antes de la última pelea. Hizo la misma mueca al masticar mientras guardaba la caja en el landó y ajustaba el quinqué para que brillara con más intensidad. En ningún momento apartó la mirada de donde venían los ruidos.

¿Estaba a punto de producirse otra pelea?

El muchacho estiró el cuello y abrió bien los ojos, asustado ante la invisible amenaza en ciernes. Se hallaban en un claro justo al borde del camino en lo alto de la colina. Les circundaban pinos que crecían tan cerca unos de otros que había muy poco espacio entre los troncos. El golpeteo se acercaba a través de aquellos pequeños intersticios.

Europa removió el fuego y echó otro leño. Pretendía que hubiera más luz. Lejos de querer ocultarse de cualquier peligro, y a diferencia del expósito, ella quería ver lo que se acercaba, confiando en superar cualquier prueba. Se abrochó la levita mientras caminaba entre el landó y las llamas sin apartar la vista del muro de troncos.

Vieron un fogonazo y oyeron un fuerte siseo cerca de allí, a la derecha del lugar por donde se había marchado el sénsar. Los árboles que ocultaron el destello azul parecían desnudos postes negros. Rossamünd estuvo a punto de caerse de miedo. Se encogió encima del asiento y se asomó lo justo para mirar. El golpeteo, el choque de un cuerpo voluminoso contra las finas ramas de los arbustos, continuó muy cerca. Se oían otros de menor intensidad cada vez más cerca. Algo irrumpió en la zona de claro iluminada por la fogata.

¡Era Licurio!

El sénsar había perdido el tricornio, tenía la capa hecha jirones y el escénicon medio arrancado de la cara, pero seguía empuñando con fuerza la pistola. Horrorizada, Europa dio un paso hacia él. Cubierto de sangre y herido, el sénsar se tambaleó ya en los límites del claro y, resollando de un modo estremecedor, susurró con toda la fuerza de que fue capaz:

—Señora, ¡nos atacan!

La oscuridad dio paso a chillidos y alaridos, uno de ellos del propio Rossamünd, que gritó de miedo. Las violentas sacudidas del landó le hicieron caer cuando el caballo se asustó ante el asalto e intentó darse a la fuga, pero era difícil que lo consiguiera al andar renqueante y estar enganchado al carruaje. El jamelgo profirió un relincho sofocado cuando el landó se detuvo de pronto, derribando a su ocupante una vez más. Rossamünd miró por un lateral.

Las sombras entraban como balas en los límites del campamento. Unos seres de cabezas grandes y cuerpos menudos —a pesar de la fogata y el quinqué, apenas se les veía— salían en tropel de entre los árboles aullando triunfalmente. Arrollaron a Licurio cuando se volvía para defenderse. Se derrumbó, pero disparó la pistola antes de caer aplastado bajo una multitud de bichos que mordían y rechinaban los dientes. Europa profirió un grito inarticulado, pero los pequeños terrores se le habían echado encima incluso antes de poder intervenir. La zarandearon ferozmente en un intento de derribarla también, gritando al unísono y con estridencia:

—¡Asesina, asesina!

Acabó con cuantos se abalanzaron sobre ella. Se sacudió de encima a varios de un solo golpe, tan sonoro que parecía un anuncio de que la fúlgar iba a empezar su horripilante tarea. Se movía y hacía cabriolas a una velocidad letal, giraba y golpeaba con mirada iracunda, con los cabellos de punta y los faldones de la levita ondeando de forma espectacular, de manera que dejaban entrever las múltiples capas de las enaguas (era obvio que estaban diseñados con tal fin). La visión de un fúlgar combatiendo de noche era un gran espectáculo de chispas titilantes. Salieron despedidos por los aires todos los repulsivos y pegajosos horrores que consiguieron agarrarla; casi todos los golpes que asestó produjeron un chasquido y levantaron un reluciente fogonazo similar a un pequeño relámpago. En más de una ocasión, cuando una de aquellas bestezuelas perecía al salir despedida por los aires, chisporroteaba un arco de luz estroboscópica de un verde cegador entre aquellas bestezuelas y la fúlgar. Cada fugaz resplandor iluminaba toda la escena como si por un momento se hiciera de día. Ninguno la pudo superar, ni siquiera cuando lograban agarrarla bien: los dientes punzantes como agujas y las garras de aquellos demonios sonrientes demostraron ser impotentes contra la resistente tela endurada de Europa.

Tampoco habían acabado con el sénsar.

Debajo de la pila de cuerpos de bichos que se retorcían, se oyó un siseo y se produjo un resplandor que los hizo retroceder tambaleantes y llenó el aire de un olor a putrefacción. Debía ser un poderoso repelente. Licurio se incorporó entre las bestezuelas, una figura sombría y empapada de sangre que abatió a uno de ellos de un letal golpe propinado con la culata de la pistola. Había perdido el escénicon, se lo habían arrancado en la brutal refriega. El sénsar miró a su alrededor con ojos aterradores y lanzó otro golpe, haciendo que uno de los horrores aullara lastimeramente. En medio de toda aquella alarma y confusión, Rossamünd se quedó petrificado al ver el rostro del sénsar. Era una cara espantosa, deformada de un modo indescriptible. ¡No era de extrañar que llevara aquella caja! Hubo otro burbujeo y un nuevo siseo cuando Licurio soltó otro repelente que lanzó a un puñado de bichos hacia los árboles del bosque en un amasijo de criaturas agonizantes. Pero el resto le saltó encima para agarrarle y desgarrarle las zonas que quedaban al descubierto con tal ferocidad que hicieron sucumbir al sénsar. Licurio desapareció bajo el abrumador envite.

No volvió a levantarse.

Europa continuó luchando sin cesar, haciendo caso omiso a todo lo que no fuera aquella letal y desesperada danza en la que se había enzarzado con el enemigo. Algunos de los sonrientes bichos yacían inmóviles, consumidos. Muchos otros habían huido consternados. La fúlgar aún encaraba a la «docena del fraile» congregada tras la caída del sénsar. Entonces, ella vio a su factótum, o mejor dicho, a lo que quedaba de él. Rossamünd había estado mirando mientras cómo los bichos le retorcían y desgarraban hasta convencerse de haberlo matado, para después proclamar su triunfo con horripilantes cacareos y alaridos de júbilo. Ahora solo quedaba un montón de carne amorfa.

La visión del cadáver la dejó helada. Europa se quedó en pie jadeante y furiosa, casi gruñía. Contemplaba con ojos desorbitados y como los de un loco a los trece bichos que había al otro lado de la fogata. Estos le devolvieron la mirada sin dejar de reír y darse codazos unos a otros. Los risitas tenían grandes cabezas de enormes orejas cuadradas y bocas sin labios llenas de dientes afilados como cuchillas, pero carecían de nariz. Increíblemente, llevaban prendas copiadas a pequeña escala de las del hombre: camisas, sobretodos, pantalones bombachos y pequeños zapatos con hebillas.

Durante un momento, la escena se mantuvo de esa guisa, los enemigos se miraron unos a otros. Rossamünd esperaba un intercambio de palabras, ya fueran puyas o amenazas, pero solo hubo esa atroz vacilación coreada por los gemidos distantes de los risitas heridos que se daban a la fuga. La hoguera del campamento chisporroteó y el pequeño caldero de agua hirviendo siseaba bajito.

El universo aguardaba…

Europa cambió de postura.

Los trece adversarios se dirigieron hacia la dama rodeando las llamas o bien saltando sobre ellas. La fúlgar pateó al primero que saltó por encima del fuego y lo envió volando por donde había venido. Estalló un cegador relámpago que iba de la suela de la bota al bicho. A continuación, se echó hacia atrás de un salto para ganar espacio y golpear a los dos siguientes que intentaban atraparla. La mano derecha golpeó a su izquierda y la mano izquierda a su derecha. La diestra impactó en un rostro —¡plas!— y la siniestra golpeó en el pecho de otro —¡paf!—.

Tres fuera de combate, quedan diez.

La dama se ladeó a su izquierda rápidamente y esquivó las garras que trataban de prenderla para luego golpear al siguiente risitas justo en los ojos, haciendo que le salieran chispas de las orejas y un grito de la garganta, grito que terminó en gorjeo.

Nueve.

Los demás risitas se abalanzaron todos a la vez sobre la fúlgar a fin de agarrarla por la espalda, las piernas y los brazos, de los que tiraban con fuerza. Rossamünd esperaba que los agresores hallaran su sino y sucumbieran bajo las descargas, pero Europa se contorsionó violentamente y anduvo a trompicones, impulsada por una oscura fuerza interior superior a la que podían reunir aquellos nueve enemigos. La fúlgar arqueó la espalda de forma involuntaria y chilló al echar la cabeza hacia atrás. Los bichos vacilaron, pero estaban ilesos. Aprovecharon aquella nueva ventaja entre risas socarronas y muestras de diabólico júbilo entre mordiscos, desgarrones y arañazos.

Las ideas se agolparon en la mente de Rossamünd. ¡Tenía que hacer algo! Miró a diestra y siniestra en busca de un arma, algo, cualquier cosa. ¡Las sales irritantes! Se apeó de un salto después de recoger su bolsa, en cuyo interior se puso a buscar como un poseso las bolsitas de tela de arpillera. Se lanzó al combate sin haber localizado aún las sales irritantes. A la luz menguante, veía cómo arrastraban al suelo a Europa, justo al lado de Licurio.

Todo habría terminado enseguida.

¡Ahí estaban las sales! Agarró los saquitos bruscamente, los abrió y los lanzó con un único movimiento hecho sin pensar, fruto del instinto que da el miedo. Los repelentes volaron con considerable puntería y ardieron encima de la melé de asesinos en el preciso instante en que un risitas vio al expósito con el rabillo del ojo. Se levantó un gran coro de alaridos cuando las sales irritantes cumplieron su cometido. Algunos de los risitas soltaron a su víctima para llevarse las garras a los rostros candentes. A otros, simplemente el inesperado ataque desde otra dirección los distrajo. Europa también se vio envuelta por la agria nube de sales repelentes, pero más allá del dolor y sus sentidos embotados, aún le quedaban redaños para lanzar una última y casi suicida descarga de electricidad. Varios risitas cayeron y murieron en el acto. Para los demás, aquello resultó demasiado; por un lado, iracundos calambrazos, y por el otro, pociones ulcerantes. Hasta el último se dio a la fuga entre gritos. Sus aullidos disminuyeron a medida que se retiraban más y más lejos, tan deprisa como sus cortas piernas los podían llevar.

¡Lo habían logrado! Habían ganado…

Europa se desplomó sobre el suelo enmarañado de agujas de pino, rodeada por los cadáveres diseminados de muchos risitas y con una espiral de humo alzándose de su espalda. Estaba espantosamente quieta, espantosamente callada.

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Interplanetaria

12 Opiniones

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    pepe
    on

    estupendo y sorpresivo libro. buena historia, con un final quizá demasiado abierto, pero con un mundo sorprendente y maravilloso. más que grata sorpresa, esperando el siguiente

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    ojoloca
    on

    Tiene buena pinta, ¿puedes contar algo más?. Por el título del libro, no le habría hecho caso, pero cuando he leído tu comentario, me he animado. ¿Es de monstruos como los que aparecen en el Señor de los Anillos ? ¿A partir de qué edad la recomendarías?.

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    Luy
    on

    El libro cuenta la historia de un huérfano que se ve obligado a correr aventuras por un mundo muy currado. Los personajes y las criaturas son muy originales. Mi chaval tiene 14 años y yo 30 más, y nos ha gustado a los dos.

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    Lobo
    on

    Al final, acabé por pillarlo y la verdad es que resulta de lo más original, un trabajo muy fino, de veras, pero el argumento y el tratamiento es juvenil.

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    NormanBates
    on

    El mundo es sencillamente deslumbrante y de una originalidad fuera de lo común. La historia está bien, pero no a la altura del escenario.

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    Pacojo
    on

    Estoy de acuerdo con vosotros en las bondades del libro, pero quizá convendría explicar que es un libro juvenil, y muy digno, pero juvenil; lo digo por no levantar falsas expectativas en un adulto.

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    lun
    on

    Me uno a los comentarios de Pepe y Luy, porque, tanto la historia como los personajes, me han parecido estupendos y originales. Evidentemente es un libro juvenil, pero anda que no hay historias infantiles y juveniles cien veces mejores que las destinadas a adultos.

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    Vero
    on

    Una de las cosas buenas de la página es contar con vuestras recomendaciones, pues libros como éste o Shackleton. La odisea de la Antártida se me habrían escapado en otro caso.

    Cada vez es más difícil calificar una novela de fantasía como original. Ésta lo es, pero sobre todo desborda imaginación. Es una suerte que el autor ofrezca un mundo tan variado desde los ojos de un niño, porque podemos ir asimilándolo poco a poco.

    La etiqueta de juvenil va a quitar el sexo y la violencia gratuita (hay acción y también violencia), claro, pero en muchos casos ofrece a cambio mucha más sustancia.

    (¿No empezáis a notar cierto hartazgo entre señores oscuros en mundos al borde del colapso y vampiros molones?)

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    Vengador
    on

    Lo normal es que ni por casualidad hubiese empezado a leer este libro ni regalado, pero ante las recomendaciones opté por comprarlo y no puedo menos que suscribirlas todas.

    Lo he terminado casi de un tirón, algo que hacía mucho no me sucedía. El mundo en el que se ambienta es todo lo que se cuenta aquí y más: original, coherente, tremendamente duro pero con un cierto encanto que hace que uno desee conocer mucho más de él; lo mismo que sus personajes: gentes propias de su mundo. Además, se lee de maravilla.

    Aunque deja el final abierto es razonablemente autoconclusivo. Esperemos que salgan pronto los dos siguientes.

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    PicayRasca
    on

    Coincido con todos vosotros. Me ha parecido de lo más original que he leído en fantasía en los dos o tres últimos años. Da la impresión de que la novela juvenil ofrece un esfuerzo mucho mayor que la de adultos, donde es más fácil tirar de los tópicos o hace falta currárselo menos.

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    Luisma
    on

    El mundo me parece de lo más original y los personajes son una pasada, tanto por el modo de hablar como por sus conductas. El capitán Machaca me ha recordado mucho a Long John Silver, sigue su misma estela, por otra parte. Europa es otro personaje realmente estupendo.

    A ver si sacan pronto el resto de las novelas, porque la historia no ha hecho más que empezar

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    SSS
    on

    El libro es tremendo en todos los sentidos. Estoy bastante cansado de que la mayoría de libros de este genero sean tan parecidos unos a otros y haya tal falta de imaginación, pero este es otra cosa… un mundo totalmente nuevo, que goza de gran realismo, en el que los niños se comportan como niños y los adultos como tales… un mundo en el que es muy duro sobrevivir… pues el peligro se encuentra en todas partes… El protagonista, Rossamund, es un niño bastante serio, de buen corazón y bastante más inteligente de lo que debería para su edad… que adora las historias de los llamados heroes… aquellos que luchan contra los enemigos de la humanidad, los monstruos… pero según va conociendo el mundo real… va dandose cuenta de que ni todos los monstruos son tan monstruosos ni todos los humanos poseen gran humanidad.

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