¡Tres hurras por Flashman!

Todo tiene un final, y la saga de Harry Flashman no podía ser menos. Después de haber estado en el desastre del ejército británico de Afganistán, la carga de la brigada ligera, cazar piratas en Borneo, traficar con esclavos, liberar esclavos y enfrentarse a un tal Bismarck para cambiar el mapa de Europa -todo ello sin dejar de inseminar a princesas, campesinas, prostitutas y esclavas de todo el mundo-, llega la hora del final.

En Tres hurras por Flashman, el cobarde más condecorado de la Historia saca a la luz tres episodios inéditos de sus impresionantes memorias.

Así, se enfrenta a Sherlock Holmes, estará implicado en el escándalo del Bacará que afectó al mismísimo príncipe de Gales y tendrá algo que decir sobre los antecedentes inmediatos a la Primera Guerra Mundial.

George MacDonald Fraser ha escrito una espléndida serie de novelas que diseccionan con realismo y precisión los acontecimientos más célebres del Imperio Británico, y que además tienen el gran mérito de ser terriblemente divertidas.

ANTICIPO:
El problema de una reputación como la mía es que uno se ve obligado a estar a su altura. Es horriblemente injusto. Tomemos al general Fulano o al coronel Zutano, dos leales y valerosos zopencos militares, valientes como el que más, sedientos de gloria, cumpliendo con su necio deber en media docena de campañas, pero sin atraer nunca en realidad la atención pública, y al final retirándose a la oscuridad de Cheltenham con un par de heridas y apenas el dinero suficiente para cubrir la suscripción del club, pagar las deudas de su afición a las cartas, enviar a Adolphus a una academia cualquiera porque Wellington es demasiado caro, y permitirse pagar a un holgazán borracho para que descuide el jardín de Ramilles o Quatre Bras o como quiera que hayan bautizado a sus estúpidas villas. Se trata de Fulano y Zutano, simple pasto para los gusanos y sin importancia para nadie.

Pero tomemos a Flashy, nacido cobarde y gandul, forzado contra su voluntad a las mismas expediciones y batallas, muerto de miedo, pero que ha sobrevivido a base de escaquearse, poner pies en polvorosa, fingir, traicionar y esconderse detrás de otros hombres mejores… y que sale al final, a base de una increíble suerte y un asombroso juego de piernas, con una Cruz Victoria, un título de sir, una ristra de condecoraciones extranjeras tan larga como un romance de ciego, una condenada fortuna en el banco, y nombre y fama por sus proezas que son la admiración de todo el imperio. Bueno, amigo mío, Flash, te dices, seguramente todo esto es la compensación por todos los horrores soportados «no» varonilmente… yeso sin olvidar que a lo largo del camino has disfrutado de un surtido de faldas suficiente como para llenar Chelsea Barracks y un anexo en Aldershot. Y Elspeth, el beneficio más inmerecido de todos.

Además, has caminado junto a los seres más importantes de la tierra, disfrutado la admiración y el cariño de su graciosa majestad y media docena de testas reales y presidentes más, sin mencionar a los ministros y demás gente de postín, y que has recibido la bendición (eso es lo mejor de todo) de famosos y archifamosos demasiado numerosos para contarlos… Pero vamos a ver, hombre, ¿de qué te quejas entonces? Pero si Fulano y Zutano habrían dado el brazo derecho (suponiendo que no se lo hubiesen dejado ya en el Punjab o Zululandia o la China, de donde «tú» escapaste con la piel entera) por una quinta parte de tu gloria y tu botín… Y nunca te han atrapado, además… alguna miradita recelosa aquí y allá, pero ninguna mancha importante. Así que, chubbarao, * Flashy, y considérate afortunado.

Bueno, pues sí, estoy tranquilo. Soy muy afortunado. Pero hay que pagar un precio por ello, y no me refiero al precio en terror, agonía y sufrimiento. En absoluto. El único reparo que pongo es que habiéndome ganado todo eso con gran sacrificio, no me dejasen disfrutarlo en paz, como a Fulano y Zutano. Ellos pueden ir a la ciudad a cortarse el pelo y dejarse caer por el club en un momento de crisis nacional y nadie les presta atención, ni mucho menos se espera de ellos que vayan corriendo a la Guardia Real a apuntarse para dejarse la piel contra los ashantis o los derviches o cualesquiera otros infieles sedientos de sangre que andan por ahí merodeando en las fronteras del imperio. Retirados, fuera de combate, definitivamente perdidos, así están el coronel Fulano y el general Zutano.

Ah, pero Flashy es harina de otro costal, por supuesto. Basta que algún faquir chiflado inicie un levantamiento en un rincón dejado de la mano de Dios del que no has oído hablar en la vida, o que alguien tire de la cola al león inglés entre Shanghai y Sudán, y algún metomentodo de periodista seguro que recordará que fue en aquellos mismísimos parajes donde el valiente Flashy, el Héctor de Mganistán, el defensor del Fuerte Piper, el líder de la Brigada Ligera, se ganó sus espuelas o salvó a alguien o cometió alguna locura igualmente espectacular (con las tripas en pleno alboroto y rezando por la oportunidad de huir o rendirse, lo que pasa es que nadie lo sabía). «En este momento hace falta un hombre, y quién mejor para defender el honor de Britannia en su presente hora de necesidad que el valiente veterano de Lucknow y Balaclava…» y así sucesivamente. No eran tan imprudentes como para sugerir que debía ir al mando, sino que parecían tener en mente algún puesto de auxiliar de Carnicero General, algo que cuadrase con mi reputación, y no es que me importe la prensa de medio pelo… pero al United Service de Pall Mall sí que le importa, y levantan las cejas con asombro y desaprobación. «Ah, Flashman, un asunto lamentable el de Egipto, ¿verdad? Va usted con Wolseley, ¿verdad? ¿No? Me sorprende.» Sé lo que piensan: «Maldita sea, un hombre de su reputación, en la flor de la vida, ¿acaso no conoce su deber, por el amor de Dios?» Si yo hubiese tenido el vientre de Zutano o la gota de Fulano (ambos más jóvenes que yo) ni habrían pensado en ello, pero cuando uno ve a una figura de lancero con apenas un toque canoso en las patillas y el renombre de Bayard, * se espera que esté siempre ansioso por el servicio. Y cuando vuestra soberana os contempla con los ojos saltones mientras tomáis una taza de té y exclama: «Espero, querido sir Harry, que acompañaréis a sir Garnet a Egipto», no le podéis recordar que tenéis ya más de sesenta y no estáis mucho por la labor, sobre todo cuando la idio_a con la que os casasteis en mala hora ya está asegurándole a su majestad que estáis ansioso por partir. (Lo que quiere es tenerme alejado, sospecho, para ponerme los cuernos con mayor tranquilidad.) En fin, en resumidas cuentas, se trata de algo así como «no hay negocio sin Flashy». Antes de decir amén, se encuentra uno en el desierto escuchando la canción El gallo del norte y tratando de fingir que uno está deseando pelearse con unos negrazos furiosos que le doblan en tamaño.

Es todo, ya les digo, horrorosamente injusto, y en otoño del 83 ya estaba harto de todo aquello. En los cinco años que habían pasado desde el Congreso de Atto había estado expuesto a la atención pública sobre todo por mi supuesta heroicidad en los sucesos de Sudáfrica en 1879… un lugar del cual habría huido como de la peste si no hubiese sido por la insaciable afición de Elspeth al dinero, como si los millones del viejo Morrison no bastaran y tuviera que llenársele la vacía cabecita con las historias de la supuesta mina de su primo (ya les relataré ese desagradable episodio otro día). Luego fue en el 82 lo del follón egipcio que he mencionado antes. Joe Wolseley me había pedido a boca jarro que fuese, así que la prensa aplaudió, la reina lo aprobó y Elspeth estalló en lágrimas tras darle unos buenos revolcones de despedida, así que, ¿qué otra cosa podía hacer salvo ir?

Al final no resultó la peor campaña que he visto, ni por asomo. Al menos fue corta. Entramos allí con la mayor renuencia (¿cuándo mostró otra cosa Gladstone?) para ayudar al jedive a aplastar a su ejército rebelde, que estaba masacrando a los cristianos y había jurado expulsar a todos los extranjeros del país… una noticia muy mala para nuestros inversores del canal de Suez (un 44 por ciento, nada menos) y nuestro contacto con la India. Joe les hizo entrar en vereda rápidamente, en Tel-el-Kebir, donde los del kilt masacraron a todos los que estaban a la vista, y el único miedo que pasé fue cuando me vi obligado a cargar con los Tin Bellies en Kassassin, pero me volví galantemente a un lado para ayudar a Baker Russell cuando dispararon a su caballo, y de ese modo llegué cuando la infantería de los negritos dio media vuelta y empezó a huir, y me perdí lo peor, maldiciendo mi mala suerte y a Baker por haberme retenido. Una mirada adecuada y un rugido bien fuerte, sable en mano, hacen maravillas.

Joe dijo que yo había sido una inspiración para los jinetes de la Brigada Real, y quiso que me quedara en el Cairo, pero yo murmuré que ya no me necesitaba, ahora que la paz ya estaba conseguida, y sus edecanes se sonrieron los unos a los otros como diciéndose: «Ése es el viejo F1ashy, ¿eh?»

* Pierre Terrail, señor de Bayard (1473-1524), héroe militar francés conocido como le chevalier sans peur et sans reproche, que se distinguió en la guerra contra Italia. (N. de la T.)

compra en casa del libro Compra en Amazon ¡Tres hurras por Flashman!
Interplanetaria

14 Opiniones

Escribe un comentario

  • Avatar
    manolo
    on

    Anticipo de Harry Flashman nada menos, así me gusta.

  • Avatar
    Margarita
    on

    ¡Vuelve el sucio machista!

  • Avatar
    Gir
    on

    Vale, es un machista. ¿Cuál es problema?

  • Avatar
    Jaime
    on

    La serie tiene gracia, está bien documentada, mejor escrita, cuenta cosas y la impunidad del pícaro siempre gusta. El tipo no es un virtuoso precisamente, pero me creo más este tipo de personajes y los antepongo a los grandes héroes

  • Avatar
    oscar
    on

    machista y muchas otras cosas, pero ¿sucio?

  • Avatar
    MD
    on

    No me hago a la idea de que se acabe, ¿quién podrá ocupar su lugar?.

  • Avatar
    Caliban
    on

    Mejor echar de menos a un personaje y su mundo a que este, novela a novela, se hunda en la miseria comercial. Mejor echarle de menos que verle arrastrarse por culpa de un autor dispuesto a exprimir hasta la saciedad la teta.

  • Avatar
    Draconiano
    on

    Estoy de acuerdo con esa opinión, más vale echar menos a un personaje que echarle de nuestras bibiotecas a causa de tanta repetición.

  • Avatar
    Graciela
    on

    La verdad es que hasta a los mejores caraduras como Flashy se les acaba el cuento, y es una pena.

  • Avatar
    Pepe
    on

    cosillas sobre el útlimo libro de flashman

    Aquí van tres aventuras de Harry Flashman. La primera

    sigue con las características de las anteriores aventuras de nuestro héroe: es decir, grandes intrigas, situaciones límite, mujeres espléndidas y Harry Flashman haciendo lo que puede. Nos encontraremos a viejos conocidos de Harry, y no nos defraudará en sus grandes dósis de cobardía e instinto de supervivencia.

    Las otras dos historias se salen bastante de las habituales crónicas de Flashman pues parecen más bien casos detetivescos que historias de aventuras, pero tiene sobre todo en sus finales el toque propio de la casa Flashman.

    P.D. Dicen por ahí que este es el último libro de la serie. no me lo puedo creer, no se le puede mandar unos e-mails al sr. Fraser? de todas formas si es así tengo la intención de volver a leerme la mejor serie de aventuras que he leído en mi vida.

  • Avatar
    MD
    on

    Precisamente, si lo voy a echar de menos es porque la serie todavía mantiene buen nivel. Si estuviese chocheando ya no lo echaría tanto de menos.

  • Avatar
    kalamity
    on

    Mejor recordarle que verle acabado como Pepe Carvalho.

  • Avatar
    Vizzini
    on

    Si te sirve de consuelo, Flashman hace una aparición como secundario en otra novela del autor (no, no me acuerdo del título).

  • Avatar
    alatriste
    on

    nadie puede ocupar su lugar. Leyendo a harry, a todos nos apetece ser un cobarde sin escrupulos capaz de vender a su propia madre. Nuestro cobarde preferido es unico.

Leave a Comment

 

↑ RETOUR EN HAUT ↑