Una luz en la noche

Laberinto es un mundo extraño. Situado entre los restos de una supernova, en una órbita que le lleva a una destrucción periódica cada trescientos años, posee una extraña cualidad: vida en abundancia. A su órbita llega una nave científica terrestre, cuyos tripulantes —todos ellos convictos de algún crimen— intentarán resolver los interrogantes que se acumulan en torno al planeta y a sus sorprendentes habitantes.

Ese es el argumento de Una luz en la noche, la primera de las dos novelas cortas de Daniel Mares reunida en un solo volumen. La segunda es Vigésima tierra, sobre una cultura sin ninguna tradición de reciclaje o desarrollo sostenido, que se limita a saltar de planeta en planeta, agostando sus recursos, en un nomadismo racial con escalas que duran varios siglos. A esa vocación depredadora, se suma que las bases de la cultura son de corte budista, a modo de contrapunto. En vísperas de una nueva emigración masiva de la raza, rumbo a una nueva Tierra, la vigésima del título, se produce un asesinato crucial, que puede complicarlo todo.

Daniel Mares es uno de los autores más interesantes del panorama de la ciencia-ficción española, aunque iguiendo con las costumbres de algunos escritores de este género literario, su producción se ha limitado hasta ahora a la extensión breve, del cuento a la novela corta,  lo que nos ha impedido hasta ahora poder disponer de un libro íntegramente escrito por él, habiendo figurado en cambio en no pocas antologías y recopilaciones de relatos de género.

ANTICIPO:
Marcelo, el hombre que contempla ensimismado el monitor del ordenador, tiene cuarenta y dos años, cumplirá cuarenta y tres antes que termine esta historia y ya se está quedando calvo y algo fofo. Nadie hubiera dicho cuando fue condenado hace veinticuatro años, que su aspecto llegaría a ser tan lamentable, a la vista del espléndido físico que lucía por entonces. Lo peor es que Marcelo es totalmente inocente. Lleva desde los dieciocho encerrado en doscientos metros cuadrados y todo lo que hizo fue causa de las circunstancias que le rodeaban. Como él mismo dijo al juez:

—Joder señoría, me obligaron a hacerlo. No soy ningún santo, pero…

Pero no sirvió de nada. Se le consideró “sujeto altamente peligroso” y se le aplicó un programa que un brillante psicólogo había vomitado un miércoles por la noche, después que su mujer lo dejara en ayunas por tercera vez en el mismo mes. El juez le dijo:

—Muchacho, eres la triste escoria que nuestra sociedad está produciendo día tras día, y si por mi fuera te eliminaría como a una plaga. Pero nuestros expertos psiquiátricos dicen que aún hay esperanza para ti. Entrarás dentro del programa de reinserción espacial.

Sí, como suena, “espacial”, no “especial”. Tal programa se basa en el hecho constatado de que los individuos que embarcan en un viaje espacial experimentan una paz, una armonía, una suerte de nirvana cósmico al contemplar el universo en toda su magnificencia, y así regresan como corderos los que en su día fueron lobos. De paso, en lugar de mantener encerrado a toda una población de indeseables sirviendo sólo para aumentar los gastos de la hacienda pública, se les envía en viajes exploratorios a las estrellas más remotas, en los que nadie estaría dispuesto a perder cinco décadas de su vida. Encierras al criminal, lo apartas de la sociedad, lo conviertes en alguien útil aventurándose en remotos parajes para aumentar el saber del hombre sobre la creación, y por si fuera poco cuando vuelven están hechos unos benditos de Dios. Ésta es la idea.

Por lo tanto, metieron a Marcelo en una celda en espera de encontrar un proyecto adecuado para su rehabilitación como ciudadano perfectamente funcional y dos días después, alguien se plantó ante él diciendo:

—SS 433.

A lo que Marcelo respondió:

—Agua —y comenzó su condena. Seis meses de adiestramiento, aprendiendo a ser Técnico de Mantenimiento de Nave Espacial y luego un viaje de cuarenta y tantos años. Cuando regresara a la tierra tendría más de sesenta. No cabe duda de que no le iban a quedar demasiadas ganas de seguir siendo altamente peligroso. ¿Y todo esto por qué? Sí, de acuerdo, Marcelo mató a dos personas sin embargo, ¿fue realmente responsabilidad suya?

—Joder, yo no quise. No soy ningún santo, pero… —repite una y otra vez durante el período de adiestramiento, y no le falta razón. ¿Es Marcelo acaso culpable de haber nacido así? Con dieciséis años parecía tener veintiséis. Alto, moreno, fuerte y bien parecido, resultaba irresistible y pocas eran las muchachas del instituto que no pasarían con agrado un rato en el parque con él. De hecho la lista de éxitos sexuales de Marcelo es envidiable para cualquier edad. Y no sólo las jovencitas, cualquier mujer se sentía atraída por su aspecto varonil y no tardaban en insinuarse. ¿Qué podía hacer Marcelo ante eso?

—Joder, no soy ningún santo.

Sí, eso ya lo sabemos. Los problemas empezaron con su vecina. Rondaba ya los cuarenta y en palabras de Marcelo:

—Tenía una cara de guarra que no se podía aguantar, señoría.

Estaba casada con un hombre que trabajaba en la estación orbital de almacenamiento de residuos. Los nuevos mundos son muy cuidadosos con sus desperdicios y acostumbran a abandonarlos más allá de la estratosfera, donde no molestan. Durante meses enteros, su marido se ausentaba de casa, dejándola sola, a ella, una hembra en edad de merecer, presa fácil de las tentaciones de la carne, como su mismo vecino sin ir más lejos. La pobre mujer pasaba las horas aburrida delante del televisor, calmando el ardor de sus riñones con duchas frías. Y en la puerta de enfrente estaba Marcelo: joven, sudoroso y lleno de vida.

—Señoría, esa mujer necesitaba guerra, y si el capullo de su marido no podía dársela…

Todo empezó con furtivas miraditas en la escalera, con frases del tipo: “¿haces mucho deporte Marcelo?” y esa clase de escarceos aparentemente inocentes. Ella no iba a dar el primer paso. Se trataba de un menor y por otro lado, estaba su marido, partiéndose la espalda en órbita para traer algo de dinero. Un buen día coincidieron en el ascensor cargados de paquetes. Marcelo pensó que ésta era su ocasión.

—Era la oportunidad de hacérmelo con una tía mayor, no soy ningún santo.

Y la aprovechó. Se pegó contra ella y, valiéndose del estorbo de los bultos, la tomo la mano y se la llevo a la entrepierna. Ella dijo:

—¡Marcelo!, ¿te has vuelto loco? —pero lo dijo con una sonrisa, y ambos acabaron en la cama. Desde entonces, todas las mañanas Marcelo se despedía de su madre para ir al instituto, si bien todo lo que hacía era cruzar el rellano y entrar en la puerta de enfrente. Así durante cinco meses.

Cuando su esposo estaba a punto de regresar de tan larga estancia en el espacio, ella empezó a hablar. Le contó lo peligroso que era trabajar allí con tantos residuos tóxicos, el enorme seguro de vida que se había hecho, lo mucho que lo quería, pero estaba su marido; ¿divorciarse?, ¿y de qué vivirían? y bla, bla, bla… Siempre buscaba los momentos más idóneos para comentar estas cosas.

—Como usted comprenderá señoría, teniéndola en caliente es un poco difícil decir que no.

Y además, no eres ningún santo. No tardaron en planear el asesinato. Marcelo lo esperaría en una calle oscura, un golpe y fuera. Nadie podía relacionarlos. Cuando el pobre infeliz regresó a casa, encontró a su esposa radiante y dispuesta. Por la noche fue a dar una vuelta con los amigos. De regreso a casa, cruzó solo por un callejón mal oliente y creyó ver allí a un hombre. Marcelo lo dejo pasar. No fue capaz de hacerlo, tiró la barra de hierro que se había agenciado y se fue.

Al día siguiente, por la tarde, esperó a que el hombre saliera y entró a buscar a su vecina, a pedirla que lo olvidase. Él no pensaba cargarse a nadie por nadie. Ella no lo entendió, lo recrimino, le llamó de todo y se pasó.

—Joder, como gritaba la muy puta. Me volvió loco.

Tuvo que hacerla callar. Su intención no fue golpearla tan fuerte, pero la mató. Se asustó mucho, la cabeza había reventado como un tomate y estaba todo lleno de sangre. Corrió a lavarse cuando apareció el marido por la puerta y también empezó a gritar, a amenazarle y a zarandearle.

—No iba a dejar que un desgraciao como ese me tratase así. ¿Qué se suponía que debía hacer, tragármelas?

Resultado: dos muertes y una condena de más de cuarenta años de viaje espacial. De momento ha cumplido unos veinte y piensa que son más que suficientes. Lleva más tiempo encerrado, más tiempo en el espacio que en su mundo natal, y de todos esos días, semanas y meses no ha obtenido nada en limpio, si exceptuamos el hecho de granjearse la antipatía del resto de la dotación del Dédalo. No, no lo mandaron solo, con él embarcaron otros dos reos, además de los tres miembros de la tripulación. ¿Se preguntan que cómo nadie en su sano juicio se lanzaría a un viaje así sin verse obligado a hacerlo? La respuesta es sencilla, aquellos tres no estaban en su sano juicio.

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Interplanetaria

12 Opiniones

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    curiosete
    on

    Lo he visto en las librerias, pero no conozco la editorial y no me atrevo con él, aunque el argumento me llama la atención.

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    atreides
    on

    Tiene dos novelas, te lo recomiendo solo por la primera.

    La segunda es de unos budistas algo pasados que no está mal, aunque prefiero con creces la primera

    Por menos de mil es una buena compra.

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    Alberto
    on

    A mí me parece que la segunda es bastante mejor que la primera. La trama policiaca está muy bien llevada y los personajes están mejor desarrollados. Eso sí, me carga la nota final. Sobra y molesta.

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    Mart
    on

    Merece la pena. Hay buenos escritores de ciencia-ficción, aunque nos traten de colocar cada paquete como gran autor… Pero Daniel Mares es bueno, tiene imaginación, ideas y es correcto escribiendo. Y el libro es barato

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    TylerDurdn
    on

    No teneis ni puta idea. Los dos libros son cojonudos.

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    mercurio
    on

    Totalmente de acuerdo, la nota final huele a corrección política que no veas.

    Si fuera una novela ambientada en un planeta musulman lo entendería. Total, no creo que el dalai lama vaya a mandarle a una hare krismas fanáticos a eliminar al hereje. En todo caso a Richard Jere a darle el coñazo… o por otra parte

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    McCalz
    on

    Estoy de acuerdo contigo, me parecen cojonudos.

    Aunque si nos ponemos críticos, a cualquier obra le podemos sacar defectos.

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    gahenna
    on

    ¿¿¿Corrección pólítica??? Me parece que no teneis ni idea de lo que estais hablando. No conoceis al autor (yo si, y bastante bien), y puedo aseguraros que no hay nada de eso. Lo que sucedió (mas o menos), es que durante el proceso de documentación para escribir esta novela, Daniel se informó a fondo sobre el budismo y se interesó mucho en el, y por lo que se siente bastante admiración su sistema de creencias. Eso es lo que refleja esa nota final, simplemente dejar claro que aunque ha utilizado la doctrina budista en este contexto, siente una gran admiracion y respeto personal por ella.

    En cuanto a que la nota "sobra y molesta", sinceramente pienso que tan malo es ser políticamente correcto a ultranza como ser antipolíticamente correcto a ultranza. El poner una nota final no es corrección política, corrección política sería haber censurado la novela para que no aparecieran referencias al budismo en relacion con una civilizacion tan destructiva. No se ha hecho esto, y por lo tanto hablar de corrección política en este caso es absurdo.

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    churno
    on

    Tú sí que no tienes ni pajolera idea de lo que dices ni del autor. Esa nota la ha escrito por cobardía para evitar problemas. Es un cagón.

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    caesar
    on

    Es barato y entretenido. ¿Alguien da más? 🙂

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    Beren
    on

    a mi el primer cuento me parecé de 10, el segundo es de 8 pero también muy bueno.

    Recalcar que yo lo tengo dedicado, y en su dedicatoria se nota que le gustan los machotes de pelo largo.

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    Vengador
    on

    ¿Machotes de pelo largo que dicen muchos tacos y se emborrachan con Nestea? ¿Ese tipo de machotes? ;D

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