Una peli porno

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Tras el estreno de la polémica Lolita en 1962, Stanley Kubrick, considerado ya entonces un maestro moderno del cine a sus treinta y cuatro años, llama al escritor Terry Southern para colaborar en el guión de su siguiente proyecto, la película satírica y antibelicista ¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú (1964). Un día, Kubrick, después de ver con unos amigos una película porno en su casa, comentó: «Sería estupendo que alguien hiciera una película como ésta pero con las condiciones de un gran estudio». Southern pensó que el director ideal para llevarla a cabo era el propio Kubrick, debido a su prestigio, pero éste se mostraba dubitativo. Finalmente, el director no se atrevió a dar el paso y Southern escribió Blue Movie (Una peli porno) como una sátira humorística y erótica sobre el mondo que rodea a las grandes producciones al estilo Hollywood.
Una peli porno (1970) nos cuenta la delirante historia de un proyecto imposible. Tras el visionado de una película porno durante una fiesta en una casa de Malibú, el afamado director de cine Boris Adrian propone al productor Sid Krassman hacer la película porno definitiva, un film de calidad, con presupuesto y grandes actores practicando sexo sin dobles ni tapujos. Ante el peligro de que la película quede relegada al poco lucrativo circuito del cine X, el astuto Krassman llega a un acuerdo con el gobierno del principado de Liechtenstein para que a cambio de la financiación de la película, esta se ruede y se proyecte exclusivamente en este pequeño país centro europeo, con la idea de estimular el turismo. Cuenta con que el prestigio de Adrian atraerá a la prensa y que el estreno mundial se convertirá en un fenómeno mediático. Así que Adrian y Krassman se lían la manta a la cabeza y viajan al principado para iniciar el rodaje de Los rostros del amor, con Arabella, la famosa actriz lesbiana francesa (tras la que se puede intuir a Jeanne Moreau), Angela Sterling (una especie de Marilyn Monroe) y Pamela Dickensen (que Southern asocia con Susanah York), entre otras…
Una peli Porno es una desternillante sátira sobre la industria del cine de Hollywood. Mordaz, salvaje y erótica, por ella desfilan personajes con egos de dimensiones siderales y líbidos estratosféricas.

ANTICIPO:

La sala de producción había sido instalada en la planta más alta del Hotel Imperial; un edificio achaparrado de ladrillo y cuatro alturas en el centro de la ciudad.
-Venid -dijo Morty con una risa breve y nerviosa al tiempo que guiaba por un pasillo mal iluminado del hotel a un Boris sombrío y con gafas oscuras, y a Sid, que se secaba el sudor de la frente-, os enseñaré el lugar.
El gordo Mort, jefe de producción a la antigua usanza que sabía dónde tenía puestas las habichuelas, o dicho con otras pala­bras, un gilipollas servil, ya había colocado sus nombres con letras doradas de cartón en las puertas que en ese momento pasaban en orden consecutivo:
SIDNEYH. KRASSMAN Productor Ejecutivo
BORIS ADRIAN Director
MORTON L. KANOVITZ Jefe de Producción
DEPARTAMENTO ARTÍSTICO Nicholas Sánchez
VESTUARIO Helen Vrobel
CONTABILIDAD Nathan A. Malone
Todas las estancias eran iguales: las típicas habitaciones de hotel, pero complementadas con un escritorio y tres teléfonos, y un sofá grande en lugar de cama. Otra característica inusual en todos los cuartos era la presencia de chicas con minifalda, pero no muy guapas, sentadas tras una máquina de escribir, que sonrieron con entusiasmo cuando fueron presentadas como «Gretel», «Gretchen», «Gertrude», «Hildegarde», etc.
-¿De dónde has sacado a estas golfas? -preguntó Sid fruncien­do el ceño-. ¡No sé si estoy en una casa de putas o en un concurso canino!
-Créeme, Sid -explicó Morty-, podría haber conseguido ver­daderas bellezas, pero ya nos resultó difícil encontrar chicas que supieran hablar inglés, ¡no hablemos ya de mecanografiar, Jesús bendito! Así que me dije a mí mismo «¡qué demonios, la película es lo primero!» ¿Me equivoco? -lanzó una mirada suplicante a su alrededor.
-¿Cómo dices que se llama la mía? -preguntó Sid.
-¡Grunhilde! -dijo Morty añadiendo una mirada lasciva vodevilesca y un guiño-. ¡Teclea veintisiete palabras por minuto y hace la mejor mamada de la ciudad!
Sid rió socarronamente y Morty, animado, intentó alargar la broma, sonriendo como un loco:
-Además traga, Sid… justo como a ti te gusta, ¿eh?
Sid, que se encontraba de excelente humor en esos momentos y deseoso de contagiárselo al silencioso Boris, soltó un bufido de fingida mofa:
-¡La mejor mamada de la ciudad! ¿Qué jodida ciudad? ¿Esta pecera? -miró a Boris esperando algún gesto de interés por su parte, pero este no parecía haberle oído y Sid pensó que quizás había dicho algo inapropiado- Y no es que no podamos hacer una peli enorme como un cachalote en esta pecera ¿eh? -añadió, y a continuación le dio un codazo a Boris, lo suficientemente desesperado en ese momento para insistir-. ¿Lo pillas, Rey? ¿ Cachalote? ¿Pecera? ¡Jo, jo!
Morty, por supuesto, secundó su risa… pero quizás con dema­siada efusión teniendo en cuenta de qué manera los estaba miran­do Boris tras sus gafas oscuras, primero a uno y luego al otro, con una expresión de impávida compasión que cortó las risas de ambos en seco.
-Sí, lo he pillado, Sid -dijo Boris a continuación con una sonrisa apenada-. «Cachalote», «pecera». Tremendo. Supongo que tenía la cabeza en otra parte.
Ambos interlocutores asintieron con vigoroso entendimiento y una expresión de alivio, pero cuando Boris se dio la vuelta, Morty susurró con tono desesperado a Sid:
-¿Qué le ocurre? No se habrá enganchado al jaco, ¿no?
-¡Está pensando, por amor de Dios! -ladró Sid-. ¿¡¿Nunca has visto a nadie pensar?
Pero ese numerito de airada impaciencia no resultó dema­siado convincente, y se hizo evidente cierta preocupación en sus rostros al tiempo que cruzaban tras Boris la puerta marcada con «SIDNEYH. KRASSMAN, Productor Ejecutivo».
Ese cuarto, como todas las oficinas del mundo en las que se hacen las películas, estaba destinado a ser el centro neurálgico de la producción; en lugar de tres teléfonos sobre el escritorio, había cinco; en una pared había una nevera con congelador, y en la otra, un equipo de música y dos televisores; el descomunal sofá estaba tapado con lo que parecía ser una confortable manta de piel blanca y varios cojines mullidos del mismo material pero en diferentes colores. Sobre el escritorio, cerca de los cinco telé fonos, un reloj digital y el resto de materiales habituales, había una pequeña fotografía enmarcada de la esposa de Sid.
-¿De dónde demonios has sacado esto? -preguntó Sid, levan­tando la foto y mirándola con el ceño fruncido.
Morty le miró con una sonrisa radiante.
-La amplié de una fotografía que saqué en la playa, en aquella ocasión en la que fuimos todos a la playa… ¿recuerdas? ¿En casa de Ed Weiner? ¿Oíd Colony Road?
Sid volvió a colocar la fotografía sobre el escritorio.
-Jesús, no he vuelto a ver a esa idiota desde hace dos años -murmuró, y luego se dirigió a Morty-: Aun así, ha sido un boni­to detalle, Morty. Gracias.
-Un placer, Sid.
Sus voces parecieron derretirse levemente durante unos segundos en una camaradería cercana al llanto, o algo similar… un breve momento absurdo, sin embargo, porque rápidamente se giraron para unirse a Boris, que observaba el elemento más llamativo de toda la habitación: el enorme tablero del calenda­rio de producción, que ocupaba toda la pared.
—Bueno, ahí lo tenemos -dijo Sid con un profundo suspiro; él y Morty lo observaron reverentemente, mientras Boris se asomó a la ventana.
La función del tablón era pronosticar el calendario de rodaje, día a día, y luego reflejar el progreso… todo confeccionado con fichas, alfileres y discos de alegres colores que debían ser coloca­dos en su orden en las ranuras y agujeros sobre un fondo blanco brillante, como un intricado juego de niños.
Al no haber aún calendario (de hecho no había ni guión), el tablón, que aún olía a pintura fresca, estaba vacío; sus casillas rojas, azules, amarillas y verdes perfectamente agrupadas y listas bajo las inútiles e incompletas hileras blancas, numeradas del uno al cien representando los días venideros. Pero esta frescura le daba al tablón un aspecto inocente, virgen y, lo más impor­tante de todo, optimista.
-¿Dónde vas a alojar a las figuras? -preguntó Sid.
-Sid -dijo Mort con cierto aire petulante-, hemos reservado dos plantas más por debajo de esta… una para los actores y otra para el equipo de rodaje.
Sid lo miró con malhumorado asombro.
-¿Vas a poner a los actores y a los monos en el mismo hotel? ¿¡Se te ha ido la pinza!?
Es protocolo clásico de Hollywood que los actores sean alo­jados por separado de los técnicos («monos» o «gorilas», como se les llama afectuosamente)… presuntamente por temor a que la actriz protagonista termine siendo violada en masa hasta morir por una horda enloquecida de operadores de luces y sonido borrachos, poniendo así en peligro la importantísima fecha de finalización de la película.
-Sí, tío -rugió Sid-, ¡debes de haberte vuelto realmente loco!
-¡Ten compasión, Sid! -suplicó Morty-, ¡es el único hotel de la ciudad, por Dios bendito!
-¿Qué quieres decir con «el único hotel de la ciudad»? ¡No puede ser el único hotel, por Dios bendito!
-De acuerdo, de acuerdo, hay dos más -admitió Morty con tristeza-, ¡pero son antros de mala muerte, Sid! Créeme, como intentemos alojarles en uno de ellos, se van a poner hechos una… bueno, sería un desastre, el sindicato nos mataría.
-De acuerdo, de acuerdo -dijo Sid, paseando de un lado a otro, gesticulando y haciendo una montaña del primer problema de producción-. Lo solucionaremos, no es el fin del mundo, ¿cierto?
-Cierto, Sid.
Sid señaló los teléfonos en el escritorio y habló con voz severa:
-Simplemente encuentra otro lugar para los gorilas, Morty, ¿entendido?
-Entendido, Sid -dijo Morty, y se dirigió directamente hacia el escritorio, descolgó el teléfono más cercano y comenzó a tratar de localizar a Morritos Malone.
Sid se unió a Boris junto a la ventana y se frotó las manos con regocijo, a continuación le pasó un brazo por el hombro.
-¡Bueno, B., ya estamos en marcha! ¿Verdad?
Borís le miró ausente unos segundos.
-Eso nunca va a pasar —dijo. -¿Eh?
-No podemos hacer una película en un sitio como este. No hay forma de hacerla.
Sid miró a su alrededor como si estuviese totalmente con­vencido de que se le había pasado por alto alguna cosa.
-Bueno, reconozco que no es exactamente el Edificio Thalberg, pero caray…
-Ese es el problema -dijo B. apenado-, el Edificio Thalberg. ¿No lo percibes? -señaló algo invisible con un pausado arco de su mano—. La muerte… hay mucha muerte aquí, tío. Tengo la impresión de que Joe Pasternack va a entrar arrastrán­dose por esa puerta en cualquier momento.
Sid echó una rápida mirada a la puerta, como si pudiera ocu­rrir de verdad; luego volvió a mirar a Boris, y un brillo de pánico bailó en sus ojos.
—Escucha… -titubeó—, escucha, B…
Junto al escritorio, Morty rompió a hablar por el teléfono con un alto y furioso tono de voz:
-¿¡Dónde demonios te metes, Morritos!? ¡Estamos inten­tando hacer una película, Jesús! ¡Ahora mueve el culo aquí pronto1, tenemos un problema!
—¡Haz el favor de cerrar la boca! —aulló Sid, luego se giró hacia Boris-. B… -le suplicó con un brazo extendido y el otro tocándo­se el corazón-, ¿qué me estás haciendo*
Boris señaló con la cabeza hacia la ventana.
-Mira esa torre, Sid.
-¿Qué?-Sid miró por la ventana con ojos desorbitados-, ¿qué torre?
-Allí -dijo Boris, señalando con entusiasmo infantil-, ¿no crees que es fantástica?
En la distancia, justo en los límites de la ciudad, se elevaba una torre oscura… aparentemente las ruinas de un castillo.
-Una torre gótica, Sid… ahí es donde debería estar el centro de producción. ¡Es bello! -se volvió a girar para mirar por la ventana, se le había dibujado una leve sonrisa de éxtasis en el rostro.
Sid le observó malhumorado. Detrás de ellos Morty aún esta­ba al teléfono hablando en voz baja. Sid suspiró y se volvió lenta­mente.
-Morty, ¿podrías, por favor, desplazar tu culo hasta aquí? Tenemos un problema.
-No te muevas, Morritos -dijo Morty bruscamente al teléfo­no-. Regreso en nada.
Colgó y se acercó dando brincos, adoptando un semblante jovial.
—¡Kanovitz a sus órdenes! Ningún trabajo demasiado grande ni demasiado pequeño.
-Aja, bueno, ¿qué sabes de aquel montón de piedras de allí? -señaló la torre.
-¿Que qué sé? Lo sé todo. Ya lo hemos explorado en busca de exteriores.
-Déjate de exteriores, ¿te parece que podría valer para sala de producción?
-¿Estás de broma? ¡Es una ruina, por amor de Dios!
Sid asintió, satisfecho, y se volvió hacia Boris.
-Es una ruina, B.
-Bellísima-dijo B.
Sid y Morty intercambiaron miradas atónitas, y Sid asintió al hacerlo. Morty se aclaró la garganta.
-Mmm, no pareces entenderlo, B., no hay nada de, ya sabes, electricidad, ese tipo de cosas.
-Conseguid un generador —dijo Boris.
-No hay agua.
-Beberemos Perrier, es buena para la salud.
-B… —dijo Sid, con la calma maníaca de alguien que intenta probar que la tierra no es plana y que finalmente da con el argu­mento definitivo-, B., no hay teléfonos.
-Y si supieras por lo que hemos pasado para conseguir estos teléfonos -exclamó Morty frenéticamente-, quiero decir, hay una lista de espera de seis meses para las líneas telefónicas. Tuvi­mos que pedírselo al mismísimo ministro…
-Usaremos teléfonos de campo.
Las bocas de ambos se abrieron con total incredulidad, y arti­cularon casi al unísono:
-¿¡¿Para hablar con la Costa?!?
Boris se volvió para mirarlos por primera vez, se quitó las gafas, exhaló aliento sobre las lentes y comenzó a frotarlas contra su camisa.
-Hay nueve horas de diferencia entre este lugar y la Costa -explicó con parsimonia—, y cualquier llamada que hagamos será realizada desde el hotel, por la noche… cuando es noche aquí, y día allí. ¿Entendéis? Y ahora, ¿por qué no utilizáis vuestros jodidos cerebros?
Se puso las gafas y se volvió hacia la ventana de nuevo, dejando a Sid y Morty frente a frente con la derrota. Sid se encogió de hombros.
-¿Qué esperas? Dale su torre, ya.

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