Una pica en Flandes

En la historia militar de Europa no hay una hazaña logística comparable a la del Camino Español. Durante los más de ochenta años que duró la Guerra de Flandes, desde 1566 a 1648, España mantuvo abierto el largo corredor que unía sus posesiones en el norte de Italia con los Países Bajos, para permitir que sus invencibles tercios llegaran al campo de batalla.

ANTICIPO:
Espada y plumas

Londoño fue uno de los muchos mandos competentes españoles con los que contaron los tercios españoles en el siglo XVI. Dedicó su vida al oficio de las armas, y el también tratadista y soldado Bernardino de Escalante lo pone como ejemplo de Maestre de Campo. Al final de su vida, obligado por la edad a dejar el servicio activo, dedicó el tiempo a reflexionar sobre la condición militar y escribió otra obra titulada Comentario de lo ocurrido en los Países Bajos en 1568.

Los escritos de Londoño no son una excepción, sino una muestra más de que aquella generación de soldados no se limitó a hacer la guerra, sino que también escribió (y muy bien) sobre ella. Su tratado se inscribe en la escuela de escritores llamados «arbitristas», que consideraban que la reorganización y buena salud del ejército era el fundamento del propio Imperio. Dan contenido a esta corriente una serie de obras y autores como Marcos de Isaba, Cuerpo enfermo de la milicia española (1594); Ramón Ezquerra, Discurso en materia de Estado y guerra (1595); Francisco de Valdés, Espejo y disciplina militar (1596); Bartolomé Scarión, Doctrina militar (1598), o Luis Valle de la Cerda, con un libro que lleva el curioso y prolijo título de Avisos en materia de Estado y Guerra para oprimir rebeliones o hacer paces con enemigos armados, o tratar con súbditos rebeldes (1583).

Londoño no fue un soldado de «fortuna» (nombre que se aplica a los mercenarios), sino afortunado, ya que a pesar de participar en cien batallas nunca resultó ni siquiera herido. Se jactaba de que en toda su carrera militar no había perdido ni almena ni palmo de tierra que hubiera defendido, y de que bajo sus órdenes siempre se habían ganado muchas plazas fuertes con «poquísima efusión de sangre de amigos y mucha de enemigos». Así proclama, con un punto de jactancia, sus hazañas en versos de su propia firma:

Sería nunca acabar si las pusiese

todas aquí: desde el tomar a Duna

hasta que Orange a Cambresí batiese

Flandes, Francia, Germania son y Hungría,

testigos son los Nápoles y Malta,

Romania y la abundosa Lombardía

que no solo no hice en ellas falta,

mas di a ganar ciudades y castillos,

sin valerles ser tierra baxa ni alta.

Y lo que debe más causar espanto

es que jamás perdí de sangre gota

Por gracia del de los santos Sancho.

Nacido probablemente en 1515 en Hornilla, La Rioja, hijo primogénito de Antonio de Londoño, señor del lugar, y de Ana Martínez de Raíz, natural de Nájera, la trayectoria vital de Sancho de Londoño tiene gran interés para conocer la organización del aparato militar de los tercios. Sancho dedicó toda su vida a la milicia. Permaneció soltero y no tuvo hijos conocidos. Era hombre culto, conocedor de la historia antigua, dominaba el latín y las matemáticas y, como muchos soldados de su tiempo, era también poeta. «Yo profesé, como sabéis —confiesa—, la espada, mas nunca aborrecí la pluma que no le diese alguna trasnochada.» Fue amigo de otros soldados-poeta, como el capitán toledano Fernando Cornejo o Jerónimo de Arbolanche, y escribió poemas —al parecer, todavía inéditos— que se conservan en la Biblioteca Nacional de Madrid, cuyos títulos: Laberinto de las cosas de España y Soliloquios del estado de la Monarquía, denotan su preocupación patriótica.

La gran obra de Londoño fue el Libro del Arte Militar, publicado póstumamente en Valencia en 1596 por el sargento Francisco Lenguín. Pero sin duda el escrito que le dio más fama fue el mencionado Discurso sobre la disciplina, que le encargó su jefe el duque de Alba, y que entre 1590 y 1596 alcanzó dos ediciones en Bruselas y tres en Madrid.

Londoño murió sin dineros, como un honrado y viejo soldado, a finales de mayo de 1569, envuelto en las brumas de Amberes. Enfermo de artrosis, estuvo al frente de sus tropas hasta el último momento y hubo de pasar por el suplicio de cinco meses de agonía, consecuencia de una dolencia incurable, posiblemente un «cuadro auricular infectivo», por decirlo en jerga médica. Se lamentaba de yacer enfermo sin ver un solo rayo de sol y pensaba al final de sus días que su existencia había sido un fracaso, al no poder restaurar «con el coselete y la pica» el magro patrimonio de la familia. A su muerte, el mando del tercio viejo de Lombardía pasó a Juan de la Cueva hasta 1590, cuando esa unidad selecta fue disuelta por insubordinación, dejando una mancha en el historial de la infantería hispana.

Pequeña historia de un largo camino

El hecho de que el Ejército español pudiera utilizar, contra viento y marea, los corredores de la ruta de Flandes durante casi setenta años constituye un milagro logístico militar pocas veces igualado.

Puesto que la mayor parte de las tropas españolas que combatían en Flandes se reclutaban lejos de ese país, su envío dependía del transporte terrestre o marítimo desde grandes distancias. Pero debido a la pérdida de Calais —que cayó en manos francesas en 1558—, y a los continuos ataques de los piratas hugonotes instalados en la costa oeste de Francia (La Rochela) y de los corsarios holandeses al servicio de Guillermo de Orange, por no hablar de la permanente hostilidad de la flota inglesa, la ruta marítima para el envío de recursos bélicos a los Países Bajos quedó cerrada en la práctica. Por esa razón se hizo imperativo hallar una alternativa. Si los soldados que España enviaba no podían ir por mar, deberían hacerlo por tierra, andando.

Lo prolongado del trayecto y los numerosos territorios —algunos hostiles o de fidelidad dudosa—, que las tropas hispanas debían recorrer hasta alcanzar su destino hacían la ruta muy vulnerable, sobre todo cuando el poderío de Francia aumentó con la llegada de Enrique IV al trono y se produjo el final de las guerras internas de religión entre católicos y protestantes (hugonotes) en suelo francés, lo que dejó a París las manos libres en el exterior. La distancia entonces se convirtió en el enemigo número uno de España, y sus militares y diplomáticos tuvieron que redoblar esfuerzos para hacer llegar contingentes armados, a veces muy parcos de efectivos, a los campos de batalla flamencos.

Cuando en 1622 el duque de Saboya firma con Francia un tratado por el que se prohíbe el tránsito por ese territorio a las tropas españolas, el Camino tradicional deja de existir. España debe buscar otro corredor militar desde Milán, y lo encuentra a través de los valles de la Engadina y la Valtelina, desde los que se accedía a Landeck, en el Tirol. De ahí, cruzando el Rin por Breisach, en Alsacia, se llegaba al ducado de Lorena y luego a Flandes. Pero Francia siguió apretando el dogal, y esta ruta alternativa también quedó bloqueada cuando los franceses invadieron la Valtelina y Alsacia. El golpe más duro, sin embargo, fue la ocupación de Lorena por Luis XIII en 1633. En Lorena confluían todas las rutas del Camino hacia Flandes, y al quedar en manos francesas resultaba imposible cualquier traslado de tropas desde el norte de Italia. El Camino Español, entonces, dejó de existir.

La fuerza de choque

Buena parte de las tropas que agrupadas en tercios combatían en los Países Bajos eran de procedencia española, pero había también contingentes importantes de italianos, alemanes, ingleses, irlandeses y valones. Este ejército era en realidad una especie de Legión Extranjera, pero encuadrado, pagado y mandado por España. Los veteranos españoles de los tercios eran en realidad una minoría selecta y profesional de combatientes (aproximadamente un 20% de los efectivos totales) que aglutinaba y daba solidez al resto de las diversas fuerzas. Solo los alemanes continuaron

siempre organizados con su modelo tradicional de regimientos, pero muchas unidades italianas, borgoñonas, británicas, valonas y flamencas acabaron organizadas siguiendo el modelo español.

El apogeo de los tercios se sitúa entre 1567 y 1600, y su cantera y escuela más importante estaba en Italia. Con la prolongación de la guerra en Flandes esos tercios tuvieron que trasladarse a los Países Bajos y ser abastecidos y renovados de forma continuada a través de los corredores militares del Camino Español, cuya importancia estratégica condicionó en muchas ocasiones la política y la diplomacia hispana en el continente. Cuando Felipe II, a finales de 1566, tras largas deliberaciones con sus consejeros de Estado, decide enviar a Flandes tropas españolas, el dilema que se presentaba era la elección de itinerarios seguros, toda vez que Francia había negado su permiso para dejar paso libre a los tercios desde Marsella a Lorena.

En décadas anteriores ese problema no hubiera existido. España habría mandado tropas desde los puertos del Cantábrico a los Países Bajos. Dominaba el océano y podía disponer de los puertos ingleses, incluyendo el de Calais, que los franceses no habían recuperado todavía.

Fue precisamente al perder los ingleses el puerto de Calais, en enero de 1558, cuando empieza a peligrar la hegemonía marítima de España, y el declive se agudiza cuando la reina Isabel I de Inglaterra inicia una campaña de agresiones hacia los barcos españoles que navegan por las proximidades del canal de la Mancha.

En 1568, el mismo año en que dos barcos españoles que se dirigían a los Países Bajos fueron capturados por los ingleses, empezó a tomar forma otra amenaza marítima para España. Los hugonotes franceses formaron una escuadra con base en La Rochelle dedicada a piratear a los barcos mercantes españoles que surcaban el Golfo de Vizcaya. Pronto se unieron a los corsarios hugonotes los llamados «mendigos del mar», rebeldes de los Países Bajos que habían organizado una flota al servicio del príncipe de Orange. Tanto los barcos hugonotes como los de Guillermo de Orange, actuando desde La Rochelle, Dover y los puertos holandeses, convirtieron el envío de tropas o dinero a los Países Bajos en un asunto de alto riesgo que obligó a utilizar la ruta terrestre: «Le Chemin des Espagnols».

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2 Opiniones

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    Jaro
    on

    He ojeado este libro en la librería y aunque muy hermosamente ilustrado no lo compro porque ya lei hace años el clásico de Geoffrey Parker: El camino español, y el nuevo me parece una edición abreviada y divulgativa del otro.

    El ejército que el rey de España mantuvo durante casi un siglo para enfrentar a la rebelión de los Paises Bajos fue el primer ejército permanente de la Europa moderna, pero el tema de ambos libros no es ese ejército y sus operaciones, sino la manera en que la monarquía se las arregalaba para hacerle llegar la paga, algo que era mucho más difícil que ganar batallas. El oro llegado de América salía de Madrid rumbo a Flandes a través de Barcelona, Milán, el Franco Condado… Un largo camino lleno de peligros (bandidos y comisionistas) que funcionó gracias a un enorme esfuerzo de organización internacional sin parangón en la época.

    Sobre la guerra más propiamente dicha hay al menos un buen par de obras:

    La rebelión de Flandes, de Geofrey Parker

    Los generales de Flandes, de Juan Carlos Losada

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    Wamba
    on

    Sobre los aspectos estrictamente económicos de la MH hay un clásico muy interesante: Carlos V y sus banqueros, de Carande. Como el propio título indica, sólo habla de la época del emperador y, por tanto, no trata del camino español durante la guerra en flandes, pero sirve para entender el sistema que los Felipes usarán para financiar el ejército español.

    Eso sí, el libro es farragoso y está muy torpemente escrito, resulta complicado de leer y si no teneis realmente interés en la época de los Austrias mayores no os lo recomiendo.

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