White Hunter

Género :


J.A. Hunter nació en Shearington (sur de Escocia) trece años antes de terminar el siglo XIX (1887).

A los dieciocho años sus padres le envían a Kenia, a la granja de unos familiares. En su equipaje lleva una escopeta Purdey y un mauser del calibre 275 mm.

A los pocos meses, harto de la brutalidad de sus primos, entró a trabajar como empleado del ferrocarril que hacía la ruta entre Mombasa y Nairobi, disparando a los leopardos y leones que veía desde el tren. Un día el maquinista le avisó mediante pitidos de silbato de la presencia de elefantes. El dinero que obtuvo con la venta del marfil le supuso una suma mayor de lo que ganaba en dos meses como revisor.

Por primera vez, dice, comprendí que un hombre podía ganarse la vida como cazador … y ganársela bien.

ANTICIPO:
Un día en las Llanuras de Loita al sur de la Reserva Masai de Kenia nos sucedió desde lo serio a lo gracioso.

Acompañaba a un fanático de la fotografía, entusiasmado de tomar realmente una buena fotografía de un león. Probablemente el sitio más adecuado para ello era un desolado kopje rocoso que se elevaba en estas vastas llanuras expuestas al viento. Durante varios días cacé cebras en los alrededores, sabiendo perfectamente bien que los leones serían atraídos y buscarían refugio entre las rocas durante el día. En el cuarto día me satisfizo comprobar que los leones estaban ahí. Ahora era la oportunidad de mi amigo y nos dirigimos hacia la colina, llevando veinte nativos con nosotros, armados con latas de gasolina, cazuelas, y de hecho con todo aquello que pude recolectar que pudiese hacer un ruido enorme. El protagonista improvisó su cámara sobre un recio trípode, y el proyecto completo fue primorosamente camuflado con ramas para hacerlo lo más discreto posible. Quería permanecer a su lado, pero la dificultad estaba, en que a menos que los batidores tuviesen alguien para dirigirles, la batida terminaría en fracaso. Para evitar esto, se dejaron dos portaescopetas entrenados al lado del operador, mientras yo acompañaba a los porteadores para rodear el kopje. El sonido de un tiro sería la señal para comenzar la batida.

Durante el camino de rodeo vi varias leonas que se escabullían entre las rocas hacia la cumbre. Esto era ciertamente prometedor, y no había duda que se podrían tomar fotos en primer plano. Tomó algo de tiempo el disponer a mis veinte porteadores en posición, contando con varios en los flancos adelantados unas veinte yardas sobre la línea central, lo que pensé podría ayudar a prevenir que cualquier león pudiera salir al descubierto por los lados. Cuando estuvimos preparados, disparé con una escopeta para dar la señal, comenzando la batida. La subida a la cima la encontré ciertamente muy escarpada, a causa de los grandes peñascos, que parecían cuevas en miniatura. Un chico gritó, “Simbas” (leones), y vi un pride de ocho caminando lenta y furtivamente hacia adelante a lo largo del alto de la cumbre y yendo en la dirección requerida. En ese momento en que las colas de los leones eran dirigidas desde ellos, estos chicos eran valientes y gritaban más aún.

A la mitad del camino el hedor a leones y carne en descomposición era ciertamente fuerte, y una leona con cachorros salió gruñendo en nuestra dirección, y aquí mis porteadores se largaron volando apresuradamente, volviendo en la dirección en que venían. Esta leona solo hizo una carga, y pienso que su idea fue intimidar, volviéndose de nuevo, de la misma manera agazapada en que los otros se habían ido. En ese momento esos chicos cruzaron con sus piernas y pies desnudos por los escabrosos y cortantes peñascos con la misma facilidad que si fuese césped, y me costó mucho trabajo conducirles de nuevo a todos de regreso a la formación de la línea. Disparé dos tiros más de escopeta para darles confianza y la batida comenzó de nuevo. Me di cuenta de que ahí había leones, leonas, cachorros, hienas moteadas y rayadas, todos viviendo juntos bajo las rocas adyacentes, y cuando la batida terminó, lo que nos llevó solo una hora, levantamos de hecho dieciséis leones de todas las clases y más del doble de ese número de hienas de ese kopje. Solo dos leones salieron al descubierto por el lado norte de la colina, pasando furtivamente todos los restantes por la cámara, mirando hacia atrás para ver cuan cerca les seguían los batidores.

Hasta aquí habíamos conseguido algunas de las mejores imágenes de leones obtenidas a pie – ¡y la decepción! Mi amigo, que no había permitido a nadie acercarse a ese aparato por miedo a que se produjese algún error, había olvidado quitar los protectores a las lentes de la cámara, estropeando de ese modo otra buena película. La batida había sido muy afortunada y los leones muy complacientes. Solamente gruñeron y echaron a correr cuando se dieron cuenta de que habían pasado a unos pocos pies del operador y de los portaescopetas.

En el momento en que escribo esto, todavía hay leones en este mismo kopje, y espero, si alguna vez contemplas una batida similar, que dejes los protectores de las lentes en casa.

Existe una gran marisma a unas quince millas de esta planicie que fue hace muchos años el hogar de numerosos leones y hienas. Esta marisma solía ser un sitio regular de parada de los conductores de carretas de bueyes, antes de que el automóvil hiciese su aparición. A causa de la gran cantidad de maleza que rodeaba completamente la marisma, los leones eran vistos raras veces durante el día, limitándose a merodear de noche.

Estando acampados una tarde, encontré a dos cazadores que habían llegado recientemente a la región, con la ambición de cazar leones. Me había dado cuenta de que los leones son siempre el mayor atractivo para el visitante. Hay algo majestuoso en los leones de melena negra. Es una espléndida, noble criatura. Ellos habían obtenido evidentemente información sobre como proceder y ya habían cazado una cebra como cebo sobre la que harían una espera esa noche. Examinando su blind, les informé que era bastante inseguro, ya que estaba construido con unos pocos arbolillos delgados, que no ofrecían ninguna protección. Teniendo en cuenta mi advertencia, lo mejoraron, y dijeron que esperarían esa noche en la oscuridad y probarían su sistema. Sobre la medianoche comenzó su tiroteo, y durante la noche y las primeras horas al menos se dispararon una docena de tiros. Desde el campamento, que estaba solo a trescientas yardas, escuché a las hienas aullar con su triste y misterioso grito, pero no el gruñido de un león. Me pregunté sobre que estaban disparando.

A la mañana siguiente uno de los dos cazadores vino a mi tienda, tremendamente regocijado y excitado. ¡Estaba seguro de haber disparado sobre siete leones! Había una ligera, aunque remota, posibilidad de que lo hubiera hecho, ya que si hubiese habido ese número de leones deberíamos haberles oído gruñir o rugir desde el campamento. Llevando a mis nativos, visitamos el puesto, y para su sorpresa y disgusto, sus trofeos sin excepción eran sucias y repugnantes hienas moteadas. Estos animales pueden emitir gruñidos peculiarmente bajos y ruidos que son muy susceptibles de engañar al recién llegado.

Durante los siguientes tres días, sin embargo, estos deportistas – que ahora llamaré mis amigos – lograron cazar tres buenos leones con melena, que les compensaron de su primer león-hiena cazado.

Entre los nativos africanos, la grasa del león es solicitada con avidez y altamente preciada como un remedio seguro contra el reumatismo. Yo no deseo emitir una opinión de si esto es así o no, ya que puede estar basado solo en el hecho de que la sustancia es cogida de la fortaleza de este poderoso y valeroso animal.

PERDIDO EN LA FLORESTA AFRICANA.

Cazando leones hace tres años en las áreas de Taveta y Maktau, que se encuentran al sudeste del Kilimanjaro, esa magnífica montaña coronada de nieve de 19.000 pies de altura, la mayor en África, elevándose en toda su gloria sobre esas vastas y áridas planicies a sus pies – si, un verdadero centinela de la floresta africana – nosotros, una partida de cuatro, partimos temprano en la mañana de caza, en dirección sur hacia el interior de una región poco conocida, dejando un miembro del grupo en el campamento. A nuestro regreso a última hora de la tarde, uno de los nativos del personal vino y nos comunicó que el europeo había salido poco después de nuestra partida esta mañana y no había regresado. Inspeccionando su tienda, allí estaba tirado su sombrero, y no podía entender que le había podido pasar. Podría mencionar que había sido en ese mismo campamento donde un cazador muy conocido con muchos años de experiencia fue herido por un león, muriendo poco después de haber sido ingresado en el hospital de Mombasa a causa de sus heridas. Lo siento por este cazador. Perdió el ánimo después de ser herido, y sus palabras fueron, “Fui hecho para ello”, y parecía que no podía resistir. Aunque era un hombre fuerte. Tal es la lucha entre el hombre y la bestia.

Llego la noche – teníamos poca penumbra, si alguna, en Africa Oriental. Henry no había regresado. ¿Podía haberse topado con un rinoceronte o un león? Ambos eran frecuentes aquí. Disparé mi rifle en dirección norte y sur. Escuché – sin respuesta. Era angustioso, y sin embargo totalmente inútil intentar hacer algo en la oscuridad. La floresta africana en la noche es un sitio inhóspito. Después de cenar me paseé campamento abajo deteniéndome cerca de ese cementerio, lleno de los mejores y más bravos hijos de Sudáfrica, muertos en acción en la última Gran Guerra, luchando en las inmediaciones. Es ciertamente un sitio apropiado para el hombre muy distante de la civilización, y sin embargo bien cuidado para estar en la sabana. Aquí permanecen todavía los restos de las trincheras donde lucharon, y también muchos vestigios de otros pertrechos de la guerra, enmoheciéndose y deshaciéndose lentamente bajo los elementos del clima y del ardiente sol africano.

De los sombreados picos nevados

A los pies iluminados de la sabana,

Taveta y Maktau,

Tus valerosos hijos

Que entregaste al pueblo

Yacen durmiendo,

Venerados, amados y honrados,

Al cuidado de Kenia.

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Interplanetaria

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