← Blacksad. La historia de las acuarelas Ararat.Tras el arca de Noé, un viaje entre el mito y la ciencia → Yo, Claudio. marzo 04, 2008 30 Opiniones Robert Graves Género : Histórica La obra más conocida del gran Robert Graves, en su momento adaptada a televisión en una serie del mismo título y que puede ser tildada de magistral. Graves nos da la visión, a veces bastante sui géneris, de la familia Julia Claudia, los descendientes de Julio César, que formaron la primera de las dinastías de emperadores romanos. Y lo hace a través de los ojos de Claudio, que nacería bajo el reinado de Augusto, y viviría bajo los de Tiberio y Calígula, para ser el mismo nombrado césar a la muerte de este último, y perecer a su vez víctima de las intrigas de Nerón y Agripina, la ambiciosa madre de éste. El libro es sumamente ameno a la par que erudito, sin que el fárrago de nombres romanos sea un obstáculo ni siquiera para lectores poco amigos de la novela histórica. Con Yo, Claudio, Graves se supera a sí mismo a la hora de pintar personajes y acercar épocas e intrigas al lector. La novela tiene una continuación, Claudio el dios y su esposa Mesalina. Edición especial limitada conmemorando el 60 Aniversario de Edhasa. ANTICIPO: Debo disculparme por continuar escribiendo sobre Livia, pero es inevitable. Como todas las honradas historias romanas, ésta está escrita "desde el huevo a la manzana". Prefiero el minucioso método romano, que no omite nada, al de Homero y los griegos en general, que gusta de saltar al centro de los acontecimientos y luego retroceder o avanzar según sea su inclinación del momento. Sí, con frecuencia se me ocurrió la idea de reescribir la historia de Troya en prosa latina, para beneficio de nuestros ciudadanos más pobres que no saben leer en griego. Habría empezado por el huevo del cual fue empollada Elena y continuado, capítulo a capítulo, hasta las manzanas comidas como postres en la gran fiesta en celebración de la vuelta al hogar de Ulises y de la victoria de su esposa sobre sus cortejantes. Allí donde Homero es oscuro o guarda silencio respecto de algún punto, yo me basaría en poetas posteriores, o en Dares, anterior al bardo, cuyo relato, si bien henchido de vaguedades poéticas, me parece más seguro que el de Homero porque él participó en forma activa en la guerra, primero con los troyanos y luego con los griegos. En una ocasión vi una extraña pintura en el interior de un viejo arcón de cedro que provenía, según creo, de algún lugar de Siria septentrional. La inscripción, en griego, decía: "El veneno es la reina", y el rostro del Veneno, aunque ejecutado más de cien años antes del nacimiento de Livia, era inconfundiblemente el rostro de ésta. Y en este contexto debo hablar de Marcelo, el hijo de Octavia con un esposo anterior. Augusto, que amaba a Marcelo, lo adoptó como hijo y le concedió deberes administrativos muy prematuros para su edad. Luego lo casó con Julia. La opinión común en Roma era la de que tenía la intención de convertirlo en su heredero. Livia no se opuso a la adopción, y en verdad pareció recibirla con auténtica satisfacción, ya que así le era más fácil conquistar el afecto y la confianza de Marcelo. Su cariño hacia él parecía fuera de toda duda. Fue por su consejo que Augusto lo promovió con tanta rapidez en rango. Y Marcelo, enterado de ello, se mostró debidamente agradecido a Livia. El motivo que Livia tenía para favorecer a Marcelo era, según algunos observadores, el de dar celos a Agripa. Agripa era el hombre más importante de Roma después de Augusto; era hombre de baja extracción, pero el más antiguo amigo de Augusto y su más exitoso general y almirante. Hasta entonces Livia había hecho todo lo posible para mantener la amistad de Agripa con Augusto. Era ambicioso, pero sólo en cierto grado. Nunca habría tenido el atrevimiento de disputarle a Augusto la soberanía, porque lo admiraba muchísimo y no quería mayor gloria que la de ser su ministro más digno de confianza. Lo que es más, tenía excesiva conciencia de su origen humilde, y Livia, con su representación del papel de gran dama patricia, conseguía dominarlo siempre. Pero su importancia para Livia y Augusto no residía en sus servicios, su lealtad y su popularidad entre el común y el Senado, sino en lo siguiente: por una idea originada en la propia Livia, se le suponía vigilante de la conducta política de Augusto en nombre de la nación. En el famoso debate fingido que se realizó en el Senado, después de la caída de Antonio, entre Augusto y sus dos amigos Agripa y Mecenas, el papel de Agripa fue el de aconsejarlo contra la asunción del poder soberano, sólo para permitir que sus objeciones fuesen anuladas por los argumentos de Mecenas y las entusiastas exigencias de los senadores. Agripa declaró entonces que serviría a Augusto con fidelidad mientras su soberanía fuese saludable y no se convirtiese en una tiranía arbitraria. En adelante se confió popularmente en él como un baluarte contra posibles conatos de tiranía. Y lo que Agripa dejaba pasar, la nación también lo dejaba pasar. Ahora esos mismos agudos observadores pensaban que Livia estaba empeñada en un juego peligrosísimo, el de hacer que Agripa sintiera celos de Marcelo, y los acontecimientos eran seguidos con gran interés. Quizá la devoción de Livia a Marcelo era una farsa y su verdadera intención era que Agripa se sintiese impulsado a eliminarlo. Se rumoreaba que un miembro abnegado de la familia de Agripa se había ofrecido a buscar pendencia con Marcelo para matarlo, pero que Agripa si bien no se sentía menos celoso de lo que Livia quería era demasiado honorable para aceptar tan baja sugerencia. Se suponía en general que Augusto había nombrado a Marcelo su principal heredero, y que Marcelo no sólo heredaría su inmensa fortuna, sino también la monarquía (¿pues qué otro nombre puedo darle?). Por lo tanto, Agripa hizo saber que si bien era fiel a Augusto y jamás había lamentado su decisión de respaldar su autoridad, había una cosa que no permitiría, como ciudadano patriota que era: la de que la monarquía se hiciese hereditaria. Pero Marcelo era ahora casi tan popular como Agripa, y muchos jóvenes de rango y familia, para quienes la alternativa "¿monarquía o república?" era ya una disyuntiva académica, trataban de congraciarse con él, con la esperanza de obtener así importantes honores cuando sucediera a Augusto. Esta disposición general a aceptar la continuación de la monarquía parecía complacer a Livia, pero ésta anunció que, en el lamentable caso de muerte o incapacidad de Augusto, la dirección inmediata de los asuntos del Estado debía ser confiada hasta el momento en que pudieran tomarse disposiciones por medio de decretos del Senado a manos más experimentadas que las de Marcelo. Sin embargo, éste era a tal punto favorito de Augusto, que, si bien los anuncios privados de Livia terminaban por lo general como edictos públicos, nadie le prestó mucha atención en esa ocasión, y cada vez más personas continuaron cortejando a Marcelo. (AÑO 23 a. de C.) Los observadores más penetrantes se preguntaron cómo encararía Livia esa nueva situación; pero la suerte parecía acompañarla. Augusto pescó un leve resfriado que tomó un giro inesperado, con fiebre y vómitos. Livia le preparó la comida con sus propias manos durante esa enfermedad, pero su estómago estaba tan delicado que no podía asimilar nada. Se debilitaba cada vez más y sentía que estaba al borde de la muerte. A menudo se le había pedido que nombrase a su sucesor, pero hasta entonces no lo había hecho por temor a las consecuencias políticas, y además porque el pensamiento de su muerte le resultaba muy desagradable. Ahora sentía que su deber era nombrar a alguien, y le pidió a Livia que le aconsejase en ese sentido. Dijo que la enfermedad le había quitado todo poder de raciocinio; elegiría a cualquier sucesor razonable que ella sugiriese. De modo que Livia tomó la decisión y él la aceptó. Luego llamó junto al lecho al otro cónsul, a los magistrados de la ciudad y a ciertos senadores y caballeros representativos. El estaba muy débil para decir nada, pero entregó al cónsul un registro de las fuerzas militares y navales y una declaración de las rentas públicas, y luego llamó a Agripa y le entregó su anillo de sello, que equivalía a decir que Agripa sería su sucesor, aunque con la estrecha colaboración de los cónsules. Eso resultó una sorpresa. Todos esperaban que el elegido fuese Marcelo. Y desde ese momento Augusto comenzó a recobrarse misteriosamente; la fiebre menguó y su estómago aceptaba ya los alimentos. Pero el mérito de su curación no recayó sobre Livia, que continuó cuidándolo personalmente, sino sobre cierto médico llamado Musa, que tenía una inofensiva manía relacionada con las lociones y las pociones frías. Augusto quedó tan agradecido a Musa por sus supuestos servicios, que le regaló su propio peso en piezas de oro, regalo que el Senado duplicó. Además, si bien era un liberto, Musa fue promovido al rango de caballero, cosa que le daba el derecho a usar un anillo de oro, y se convirtió en candidato a un puesto público. Luego se publicó un decreto más extravagante aún, por el Senado, que concedía la exención del pago de impuestos a toda la profesión médica. Marcelo se mostró claramente mortificado al no ser declarado heredero de Augusto. Era muy joven, sólo tenía veinte años. Los anteriores favores de Augusto le habían dado un exagerado sentido de su talento y de su importancia política. Trató de encarar la cuestión mostrándose claramente grosero con Agripa en un banquete. Agripa se mantuvo sereno con dificultad, pero el hecho de que el incidente no tuviese secuela alguna estimuló a los partidarios de Marcelo en la creencia de que Agripa le tenía miedo. Incluso se dijeron los unos a los otros que si Augusto no cambiaba de opinión en el término de uno o dos años, Marcelo usurparía el poder imperial. Se volvieron tan alborotadores y jactanciosos, y Marcelo hacía tan poco para contenerlos, que se producían frecuentes choques entre ellos y los partidarios de Agripa. Este se sintió irritadísimo por la insolencia del joven cachorro, como lo llamaba, y nada menos que con él, que había ocupado la mayoría de los principales puestos del Estado y librado tantas campañas exitosas. Pero su irritación estaba mezclada de alarma. La impresión creada por estos incidentes era la de que Marcelo y él reñían indecentemente para establecer quién usaría el anillo de sello de Augusto después de que éste muriera. Estaba dispuesto a hacer casi cualquier sacrificio para evitar que se creyese que representaba semejante papel. Marcelo era el ofensor y Agripa quería echar sobre él todo el peso de la culpa. Decidió retirarse de Roma. Fue a ver a Augusto y pidió que se le nombrase gobernador de Siria. Cuando Augusto le preguntó el motivo de tan inesperada petición, explicó que le parecía que en ese puesto podría cerrar un tratado valioso con el rey de Partia. Podía convencer al rey de que devolviese las águilas regimentales y los prisioneros capturados a Roma treinta años antes, en intercambio por el hijo del rey, a quien Augusto tenía cautivo en Roma. No dijo nada acerca de la pendencia con Marcelo. Augusto, que a su vez se había sentido grandemente perturbado por ella, desgarrado entre su antigua amistad con Agripa y su indulgente cariño paternal hacia Marcelo, no pensó en la generosidad de la conducta de Agripa, porque ello habría sido una confesión de su propia debilidad, y por lo tanto no se refirió tampoco a la cuestión. Concedió al pronto la petición de Agripa, habló de la importancia de conseguir la devolución de las Águilas y de los cautivos, si quedaba vivo alguno de ellos después de tanto tiempo, y preguntó cuándo partiría. Agripa se sintió ofendido, porque interpretó mal los modales de Augusto en ese momento. Le pareció que quería librarse de él, que de veras creía que estaba riñendo con Marcelo por la sucesión. Le agradeció la concesión de su petición, hizo frías protestas en cuanto a su amistad y lealtad y dijo que estaba dispuesto a partir al día siguiente. No fue a Siria. No llegó más allá de la isla de Lesbos, y envió a su teniente a administrar la provincia en su nombre. Sabia que su estancia en Lesbos sería entendida como una suerte de exilio impuesto a causa de Marcelo. No visitó la provincia, porque si lo hubiese hecho habría proporcionado a los partidarios de Marcelo un argumento en su contra. Habrían dicho que iba al este para reunir un ejército y marchar sobre Roma. Pero estaba seguro de que Augusto necesitaría de sus servicios antes de que transcurriese mucho tiempo, y tenía la plena convicción de que Marcelo conspiraba para usurpar la monarquía. Lesbos estaba convenientemente próxima a Roma. No se olvidó de su misión: entabló negociaciones, a través de intermediarios, con el rey de Partia, pero no esperaba terminarlas enseguida. Se necesitaba mucho tiempo y paciencia para cerrar un trato con un monarca oriental. Marcelo fue elegido para una magistratura de la ciudad, lo que constituía su primer nombramiento oficial, y aprovechó la ocasión para un magnífico despliegue de juegos públicos. No sólo cubrió los teatros con toldos, para protegerlos del sol y de la lluvia, y los adornó con espléndidas tapicerías, sino que además puso una gigantesca marquesina multicolor en todo el Mercado. El efecto resultaba encantador, en especial desde la parte interior, cuando el sol se filtraba hacia adentro. Para los toldos utilizó una fabulosa cantidad de tela roja, amarilla y verde que cuando terminaron los juegos fue cortada y distribuida a los ciudadanos, a fin de que se hicieran con ella vestidos y ropa de cama. Se importaron de África enormes cantidades de animales salvajes, para los combates en el anfiteatro, entre ellos muchos leones, y hubo una lucha entre cincuenta cautivos alemanes y un número igual de guerreros negros de Marruecos. El propio Augusto contribuyó pródigamente a los gastos, y lo mismo hizo Octavia, como madre de Marcelo. Cuando Octavia apareció en la procesión ceremonial, fue saludada con tan resonante aplauso, que Livia no pudo contener las lágrimas de cólera y celos. Dos días más tarde Marcelo cayó enfermo. Sus síntomas eran precisamente los mismos que los de Augusto en su reciente dolencia, de modo que, como es natural, se volvió a llamar a Musa. Este se había vuelto excesivamente rico y famoso, cobraba mil piezas de oro por una sola visita profesional, y eso a modo de favor. En todos los casos en que la enfermedad no se había aposentado demasiado profundamente en sus pacientes, su solo nombre bastaba para procurar una curación inmediata. Se asignaba el mérito de las curas a las lociones y pociones frías, cuyas recetas secretas se negaba a comunicar a nadie. La confianza de Augusto en los poderes de Musa era tan grande, que asignó poca importancia a la enfermedad de Marcelo, y los juegos continuaron. Pero a despecho de la incansable atención de Livia y de las más heladas lociones y pociones que pudo recetar Musa, Marcelo murió. La congoja de Octavia y Augusto fue ilimitada, y la muerte fue llorada como una calamidad pública. Pero había muchas personas de raciocinio que no lamentaban la desaparición de Marcelo. Era indudable que habría estallado una guerra civil entre él y Agripa, si Augusto hubiese muerto y Marcelo hubiese tratado de ocupar su lugar. Ahora Agripa era el único sucesor posible. Pero había que contar con Livia, que para el caso de la muerte de Augusto tenía la intención (ah, Claudio, Claudio, dijiste que no mencionarías los motivos de Livia, sino que te limitarías a registrar sus actos) de continuar gobernando el imperio a través de mi tío Tiberio, con el apoyo de mi padre. Se las arreglaría para que fuesen adoptados como los herederos de Augusto. Tweet Acerca de Interplanetaria Más post de Interplanetaria »
Barsoom on 28 mayo, 2003 at 10:04 am Es una obra realmente cojonuda, de las que marcan un hito. Por una vez hemos de agradecer a la TV, la de antes, la que se preocuaba en hacer programas y no telebasura, que popularizara estas dos novelas (siempre serán una para mí) tan soberbias. Répondre
Alberto on 29 mayo, 2003 at 7:36 am Tanto la novela como la serie marcaron época. Aparte de que fueran excelentes, la cosa ha llegado al punto de que me da la impresión de que hay gente que toma como probadas algunas de las hipótesis de Graves, pero de todas formas es un novelón. Todo el ambiente de intrigas es un modelo para cualquiera que intente escribir sobre conspiraciones y te queda la sensación de estar viendo la Roma de la época. Répondre
DrX on 1 junio, 2003 at 1:27 am ¿Alguien la ha leído? Yo no y me da un poco de reparo porque dicen que no llega ni mucho menos a la altura de Yo, Claudio. Répondre
Alberto on 1 junio, 2003 at 4:01 pm Eso es un poco exagerado. Claudio el Dios se resiente de no tener personajes tan "buenos" como Tiberio o Calígula y el argumento narra unos tiempos menos "interesantes" que los reinados de sus antecesores, pero es una continuación digna, lo que sucede es que la novela está más centrada en las relaciones de Claudio con sus dos últimas mujeres y las intrigas de la obra se plantean en torno a dichas relaciones. Répondre
kalamity on 2 junio, 2003 at 4:51 pm No es verdad. "Yo Claudio" es de esos libros que si los has leído no te gusta tanto la peli. Y te recomiendo otro de Robert Graves que no recuerdo ahora mismo el título pero es algo así como: "Historias de la mitología". Es muy cortito y hace unos tres años venía en una colección del periódico El Mundo. ¿¿Alguien puede ayudarme con el título exacto del libro?? Répondre
Rull on 8 junio, 2003 at 12:20 pm Haces bien en matizar lo de "buenos", aunque resulta paradójico que literariamente los personajes que dan más juego nunca son los buenos. Répondre
Ignatius on 21 septiembre, 2003 at 6:44 am PARECE MENTIRA QUE DE ESTE TOSTON DE NOVELA SE HICIERA UNA DE LAS MEJORES SERIES DE TV DE HISTORIA.YO TERMINE DE LEERLA DE MILAGRO… Répondre
moldar on 21 septiembre, 2003 at 9:14 am Gracias, ignatius. Ya sé a qué atenerme cuando comentes un libro que no haya leído… Répondre
ignatius on 21 septiembre, 2003 at 10:51 am Lo mismo digo moldar,tengo hasta tu nick apuntado,y el de alguno mas que hay por aqui,para saber cuando comentais un libro que por muy bien que lo pinteis no debo comprarlo bajo ningun concepto..¿No es maravilloso como nos ayudamos mutuamente unos a otros para poder elegir lo que mas nos interese leer?. Un saludo. Répondre
Martin on 21 septiembre, 2003 at 11:01 am hey tíos, que para discutir ya está el foro de ciencia-ficción, ja ja ja Répondre
quique on 21 septiembre, 2003 at 12:39 pm Estoy de acuerdo, la serie es infinitamente superior al libro. Répondre
moldar on 22 septiembre, 2003 at 5:56 am Disculpa si te he molestado, Ignatius. Reconozco que mi comentario no fue muy acertado. Répondre
Ignatius on 23 septiembre, 2003 at 10:31 am No pasa nada Moldar,quiza tambien por mi parte el haber calificado este libro de toston te pueda haber molestado a ti o ha otro que le guste,pero es que me cabreo´ bastante porque me compre una edicion muy cara con la confianza que me gustaria mucho(pensando en la serie de tv)y el chasco fue de aqui te espero…y aun tiemblo al pensar que se me paso por la cabeza comprarme las dos partes,que la vendian juntas en una especie de caja,por un paston.En fin,supongo que sera cuestion de gustos. Un saludo. Répondre
Lines on 20 marzo, 2004 at 12:39 pm Voy a poner una pica en Flandes. Yo Claudio es el libro que más veces he releido. Estoy de acuerdo en que la serie era magnífica, de hecho lei el libro por lo mucho que me gustó la serie. Después vinieron los demás títulos de Robert Graves. Espero que esta opinión sirva para los indecisos. Répondre
tonibrasil on 20 marzo, 2004 at 2:25 pm Me parece que estais escribiendo opiniones desafortunadas sobre los dos libros de Graves. Hay cierto numero de lectores a los que no les gusta tal libro porque tienen en la memoria la serie o película. Habrá quien diga que las pelis del Señor de los Anillos son mejores que los libros, ¿porque han visto hace muy poco las películas y ya saben lo que va a pasar? No lo veo un buen rasero para criticar una obra literaria. No me extrañaria que la serie de TV os hubiera cegado y esperabais en los libros algo que no fuera el argumento de la obra. Yo vi la serie hace muchisimos años y me fascinó, aunque con el tiempo se me borro gran parte de los recuerdos que tenía de ella. Compre los libros de Graves en las ediciones de bolsillo de Alianza y me volvio a gustar mucho. Répondre
tonibrasil on 20 marzo, 2004 at 2:25 pm La serie no hubiera existido sin el libro, vosotros mismos. Répondre
Danko on 21 marzo, 2004 at 3:12 pm Yo, Claudio ¿mal libro?. Este libro es una historiografía del emperador romano Claudio y de su época, que me parece que fue emperador después de Calígula. Es mal libro si no te gusta nada la época romana, ni los emperadores romanos; en general sino te gusta la novela histórica. Es un libro como "Calígula", "Quo Vadis", "Augusto", "Nerón" , etc… todas obras maestras. Tiene una continuación que me parece se llama "Claudio y su esposa Messalina." Répondre
Danko on 21 marzo, 2004 at 11:48 pm Para los que buscan escenas sangrientas, la barbarie en estado puro, con perversiones sexuales que llegan hasta la zoofilia,intrigas, asesinatos, mutilaciones, y escenas demenciales por doquier. No dejar de leer las novelas que se han escrito sobre los Emperadores de la rama Augusta-juliana son un tratado de ética y moral de dichos Emperadores. Imperator Augusto Este era el más normal e iniciador de la rama agusta, adoptado por Julio César. Tiberio Tacaño, y pervertido sexual intriguista-homicida. Asesinado en una conspiración aunque ya estaba moribundo. Calígula Demente homicida sádico-sexual, intriguista homicida, asesinado por su propia guardia de honor. Claudio Tartaja y envenenado por las intrigas palaciegas. Nerón matricida y artista demente, cuyo reinado puso fin a dicha rama imperial asesinado por su pueblo. Répondre
Alberto on 23 marzo, 2004 at 5:26 pm No es por fastidiarte, pero Nerón se suicidó tras perder el poder(creo que con la ayuda de su amante Claudia Acté, pero no estoy seguro) Répondre
Danko on 23 marzo, 2004 at 7:29 pm Tampoco estoy seguro, pero lo de suicidarse fue un suicidio muy sui generis, ayudado por un criado suyo. Ante la venida de Galba y otros generales romanos para ser coronados emperadores. La suerte de Nerón "Alea jacta est" estaba echada hace tiempo. Répondre
Vizzini on 25 marzo, 2004 at 10:45 am Yo he oído las dos versiones, tanto que le ayudó su amante como que le ayudó su esclavo. De todas formas, eso de pedir ayuda para suicidarse no era tan raro, ten en cuenta que en esos casos lo normal era atravesarse el pecho con una espada, lo cual, aunque no hablo por experiencia própia debe de ser bastante dificil (y doloroso) Por ejemplo, cuando se suicidaban tras perder una batalla, lo que hacían era sujetarse la espada contra el pecho y arrojarse al suelo. Répondre
caesmu1@ho on 21 julio, 2004 at 1:42 am esta obra me parece maravillosa, es muy didáctica y además a mí personalmente me ha enseñado mucho. hoy ya no quedan ni se molestan en hacer series de este tipo, definitivamente es genial Répondre
fettes on 28 febrero, 2005 at 1:36 pm Creo que te refieres a LOS MITOS GRIEGOS, que en la edición que dices de El Mundo era una especie de extracto, pero que en realidad es una obra bastante amplia (en algunas ediciones la han publicado en dos tomos). La verdad es que Robert Graves es de los mejores escritores de novela histórica, según mi opinión. Precisamente en Yo, Claudio, a pesar de la cantidad de personajes y de los embrollos familiares que tienen, te lo cuenta de una manera que no llegas a perderte entre los parentescos. Leerlo y ya me diréis. Saludos Répondre
Pedro Sol on 18 marzo, 2005 at 11:45 pm Las dos novelas magníficas sin duda. De lo mejor escritor por Robert Graves, que es de por si un escritor de altura. Répondre
elexiliadodeharaberaizi on 2 mayo, 2005 at 11:05 pm Es un libro bastante pesado ,denso,yo diria que respeta demasiado la historia verdadera de esa epoca romana y a diferencia de otros tiempos ,es casi imposible encontrar en esta epoca algo sublime y digno en sus gobernantes.Un comentario aparte,me gusto mucho un libro que he conseguido,escrito por Graves,El vellosino de oro y tambien uno un poco dificil de asimilar,El rey Jesus. Répondre
Saulo on 2 mayo, 2005 at 11:14 pm Coincido con el exiliado en la valoración de El vellocino de oro, y creo recordar que tiene por ahí La hija de Homero, pieza curiosa y no siempre justamente valorada. Répondre
corsso on 9 septiembre, 2005 at 7:58 pm le tengo cierto cariño a yo claudio por ser el libro que me aficionó a leer novelas historicas. me parece un libro que tiene momentos "toston" como han dicho algunos foreros y ademas comete varios errores historicos intencionados para animar la accion. por ejemplo el personaje de livia está totalmente desvirtuado de su verdadero valor historico, por no hablar del del propio claudio. sin embargo cuenta cosas tan interesantes, caracteriza tan bien a los personajes ( de hecho no podemos imaginarnos un Claudio distinto del que salia en la serie derivada del libro, como no podemos imaginarnos un mozart distinto del de la pelicula amadeus, aunque en realidad no estuviera todo el dia riendose) y abre una via inedita para las novelas historicas, por lo que merece contarse entre las mejores novelas historicas de todos los tiempos segun mi opinion. Répondre