Zombie Films Vol. 1: Europa

Género :


El presente libro analiza desde un punto de vista profesional la práctica totalidad de películas zombies realizadas en Europa, de mano de algunos de los máximos entendidos en la materia de nuestro país: Javier Pueyo, J. M. Vicente Vegas, Carlos Díaz Maroto, Javier Garrido y Manuel Pérez.
Fichas y comentarios de todas las películas de interés y cierta importancia que han marcado los límites de este género encum­brándolo a lo que es hoy en día, desde las más importantes a las menos conocidas. Películas británicas, españolas, francesas, italianas, alemanas, holandesas, noruegas, etc, desde los años 60 hasta la actuali­dad: Nueva York bajo el terror de los zombies, Pánico en el Transiberiano, 28 días después, Rec, Zombis Nazis, Zombiegore, La cruz del diablo, Demons, No profanar el sueño de los muertos o Beyond Re-Animator son sólo algunas de las más de cien películas analizadas en este primer volumen, que se completará con un segundo que analizará el resto de películas realizadas fuera dé Europa.
Además, se completa el libro con un apartado dedicado a las series de televisión europeas y otro centrado en los video-juegos.
Javi Pueyo. Nacido en Palma de Mallorca en 1985, su pasión por el cine le conduce a estudiar comuni­cación audiovisual en el Centro de Estudios Fotográficos (CEF). Además de trabajar como técnico en diversas producciones (largometrajes, cortometrajes, televisión, publicidad, etc), en 2006 comienza a realizar artícu­los y críticas cinematográficas para el fanzine Plan B. Le coge gustillo al asunto y continúa escribiendo en otras publicacio­nes como Fancine, El Buque maldito, Diari de Balears, Horrorvisión, Fanteatre o Eros, colaborando del mismo modo en diversos programas de radio y televisión.
Para desgracia de muchos, debuta tras la cámara dirigiendo Te presento a mi familia, un cor­tometraje de humor negro que escribe junto a Manuel Pérez Juárez, que logra estrenar en cine en el año 2010.
Carlos Díaz Maroto nació en Madrid (España) el 20 de octubre de 1960. Desde muy temprana edad manifestó su interés por el género fantástico, en el campo del cine, literatura o cómic. Con quince años comienza a contac­tar con el fandom de su locali­dad, y por esas fechas colabora en Morpho, editado por Carlos Aguilar, uno de los primeros fanzines sobre cine fantástico publicado en España. Pronto se incorpora a otras revistas de afi­cionados como Serie B, Van Helsing, Tenebrae, Zombi, Vértigo…, hasta que decide editar su propio fanzine, Sueño del Fevre, del que, a lo largo de muchos años, saldrán cinco entregas, y que está considerado por la prensa especializada como de las mejores publicaciones de esa índole del país.
Vicente Vegas, devorador desde su más tierna infancia de toda clase de cómics y películas de serie B, siempre ha sentido una especial predilec­ción por estos seres errantes de andares torpes y hambre insa­ciable. Así que, como si de un zombi se tratara, ha dedicando su tiempo libre al consumo indis­criminado de material relacio­nado con el género.
Javier Garrido López (Barcelona, 1972) es un gran aficionado al cine en general y al género fan­tástico en particular. Autor del blog Casi Todos los Colores de la Oscuridad, ha colaborado con reseñas y artículos en diferentes blogs y páginas web, como Pasadizo.com o Cyberdark.net.
Manuel Pérez Juárez. Amante de los videojuegos desde que posee uso de razón, Manuel Pérez ha trabajado como redactor en diversas web dedica­das al ocio electrónico, tales como www.vandal.net. Asimismo, trabajó como co-guionista del cortometraje Te presento a mi familia, dirigido por el mallor­quín Javi Pueyo.

ANTICIPO:

INTRODUCCIÓN

El cine de zombis y otros muertos vivientes en España ha gozado de una gran predi­cación, e inclusive alguna de sus obras puede catalogarse entre lo mejor del tema a nivel mundial. Dejando a un lado las aportaciones televisivas, que no se abordan en este apartado, y que sería donde se darán los primeros representantes por medio de las series de Narciso Ibáñez Serrador, seria de un modo tangencial que en el cine español apareciera el primer resucitado por medio de La noche de Walpurgis ( 1970), de León Klimovsky. Con guión de Jacinto Molina, quien también protagoniza con su celebre seudónimo de Paul Naschy, será este el máximo ejemplo del fantástico en nuestro país, por lo que no será extraño que de su pluma partan algunos títulos más del tema, como la fundamental El espanto surge de la tumba ( 1972) de Carlos Aured.
La edad de oro del género en nuestro país, con el advenimiento de lo que se definirla como fantaterror aportará bastantes manifestaciones de resucitados en nuestras pantallas. La rebelión de las muertas (1972), de nuevo de Klimovsky, La orgía de los muertos (1973), de José Luís Merino, la estupenda Pánico en el Transiberiano (1972) de Eugenio Martín, o la espantosa La perversa caricia de Satán (1973) de Jorge Gigó, son algunos ejemplos de esta época. Sin embargo, será No profanar el sueño de los muertos (1974), rodado en coproducción con Italia por Jorge Grau, donde tendremos la gran aportación hispana al mito. La inteligencia a diversos niveles —visual, narrativo, temático— que le aplica el catalán convierte a esta película en la mejor imitación del film seminal de Romero aparecida por aquellas fechas.
Otra de las aportaciones fundamentales será una irregular saga llevada a cabo por el gallego Amando de Ossorio, y conformada por La noche del terror ciego (197l) El ataque de los muertos sin ojos (1973) El buque maldito (1973) La noche de las gaviotas( 1975) Con estas cuatro películas Ossorio aportó al ideario iconográfico del fantástico español un mito propio, los templarios resucitados, que alcanzarían fama en el mundo entero. El atractivo (es un decir) diseño de los muertos vivientes, de apergami­nadas facciones, hábitos corroídos y monturas que avanza en un sobrenatural ralentí al pasado a la historia, aunado a una de las pocas músicas del cine de terror español de los setenta con verdadero ingenio y sentido de la atmósfera obra de Antón García Abril.
Pasada esta etapa gloriosa (más en cantidad que en calidad, con todo), las manifes­taciones de muertos vivientes en nuestras pantallas se atenúan, por medio de títulos ocasionales y poco significativos. Hacia los noventa también comienzan a aparecer muchos cineastas amateur que se aproximarán al género, y por tanto también al tema, por lo general con resultados casposos humorísticos y/o lamentables. En 2003 tendremos Una de zombis, dirigida por Miguel Ángel Lamata, y un título más destacado, al menos por sus antecedentes, será Bcyond Re-Animator (2003) de Brian Yuzna.
Otro titulo significativo, fundamental diríase, será [Rec] (2007), que codirigen Jaume Balaguero y Paco Plaza, quienes conforman un equipo bien integrado, donde cada uno de ellos aprovecha sus diferentes facultades en la narración cinematográfica para aportar una de las mejores películas de la materia, vengan de donde vengan. Su secuela, [Rec 2] (2009), por desgracia, cae en errores que la primera supo torear de forma inteligente.
El cine de muertos vivientes español ha sido tan irregular y variado como el propio genero fantástico en España. Es significativo que, aún con los muchos imponderables industriales y administrativos que sufre el terror en el país de la pandereta hayan surgido no pocos representantes que pueden codearse sin vergüenza con los de países más valorados.

La cruz del diablo **

España, 1975. Dir: John Gilling. Guión: Juán José Porto, Jacinto Molina, John Gilling, [Félix Martialay, sin acreditar], según los relatos de Gustavo Adolfo Bécquer. Int: Carmen Sevilla, Adolfo Marsillach, Enma Cohen, Ramiro Oliveros, Eduardo Fajardo, Mónica Randall, Tony Isbert, Fernando Sancho. Género: terror.
Un periodista británico lleva días siendo atormentado por un sueño, en el cual una muchacha lo llama mientras es atacada por unos misteriosos jinetes. Un día recibe una carta de su hermana, en la cual le requiere para que vaya a visitarla a España, pero al llegar a Madrid descubre que aquélla ha sido asesinada. Llegará hasta al sitio donde fue hallado el cadáver de la joven, la Cruz del Diablo.
Adaptar el personal mundo de Gustavo Adolfo Bécquer sigue siendo una asignatura pendiente del cine español, y que además le haga justicia, puesto que la presente muestra no puede sino considerarse fallida. En el guión participaron Juan José Porto y Jacinto Molina, pero parece ser que también trabajaron sobre él John Gilling y Félix Martialay, creando una historia única que se ve interceptada en varias ocasiones por las leyendas becquerianas, en concreto La cruz del diablo (1860), El monte de las ánimas (1861) y El Miserere (1862). Existen divergencias sobra la autoría definitiva de ese guión, en el que alguno de sus responsables fue dado de lado y vio cómo su labor fue trastocada.
Y es que, pese a lo atractiva que en principio supone la idea de fusionar los cuentos de Bécquer, el resultado aparece como falto de brío y brillantez, amén de unos diálogos discursivos y literarios. Para dirigir todo se optó por alguien que, en principio, semejaba tan adecuado como John Gilling, cineasta británico responsable de algunos clásicos me­nores de la Hammer, así como de un título del nivel de La carne y el diablo (The Flesh and the Fiends, 1959), cuyos referentes visuales bien hubieran podido servir como inspiración para el presente filme. En todo caso, tal vez por lo muy distinto de las sensibi­lidades inglesas y españolas, o bien porque el realizador de La plaga de los zombies tomó el presente encargo con notoria desidia y desinterés, el caso es que la película carece del brío e intensidad que caracteriza la mayor parte de la obra de este cineasta.
Los espectrales monjes resucitados convocados por la poesía becqueriana, y que sir­vieran de inspiración para la saga de los Templarios de Osorio, tienen aquí su aparición con escasa suerte, dotados de hábitos demasiado límpidos y un rostro que, en lugar de mostrarse cadavérico, se asemeja más bien a un simio, amén de la complexión excesiva de algunos de los extras. El reparto, en apariencia lujoso, termina por arruinar la función, con una sosa e inexpresiva Carmen Sevilla como protagonista del cotarro, en un intento tan desesperado como estéril de apartarse de la imagen que con anterioridad se había forjado; por su parte, el por lo general brillante Adolfo Marsillach ofrece una imagen caricaturesca de su maquiavélico personaje, sobreactuado e inverosímil.
Queda una fotografía agradecida por parte de Fernando Arribas, que confiere atmósfera en algunos momentos, y poco más en esta decepcionante aproximación al fascinante mundo de Bécquer.
Carlos Díaz Maroto

La hora fría ****

España 2006. Dir: Elio Quiroga. Guión: Elio Quiroga. Int: Silke, Omar Muñoz, Pepo oliva, Carola Manzanares, Jorge Casalduero, Julio Perillán, Sergio Villanueva. Género: ciencia-ficción, terror.
Bajo tierra, en un inmenso hangar habilitado viven las personas, concentradas en pequeños grupos sociales. En uno de esos conjuntos de ocho individuos, donde hay un niño y una adolescente, intentan desarrollar una convivencia convencional. Tiempo atrás, una guerra biológica acabó con todo, y han de sobrevivir así. A veces llega la «hora fría», donde desactivan todo para ahorrar energía; en esos momentos, algo vaga por los corredores…
Elio Quiroga es uno délos mejores directores españoles contemporáneos dedicados al género fantástico, si bien es evidente que ha tenido muy mala suerte, y carece de la aceptación popular o crítica de otros.
La hora fría (2006) es una película rodada con escaso presupuesto, pero que demuestra que, cuando hay inventiva, este problema se convierte en algo secundario. El rodaje se circunscribe en su mayor parte a un grupo de habitaciones sórdidas y exiguas, los personajes visten siempre monos de trabajo, y durante gran parte de metraje se nos ofrecen las relaciones de ese reducto de ocho personas aisladas. El excelente guión nos sitúa desde el inicio en un entorno extraño, que percibimos insólito y amenazado por un peligro intangible que de forma paulatina se va fraguando. Quiroga utiliza inteligente­mente el recurso de la cámara de vídeo de la que dispone el niño protagonista, Jesús, por medio de la cual nos va poniendo en situación, describiendo a los personajes, su entorno y lo que está aconteciendo.
De manera muy tímida se nos va poniendo sobre aviso acerca de una guerra biológica que aconteció en el pasado, reduciendo la sociedad a unos pequeños grupúsculos que sobreviven de cualquier manera, con escasos recursos y escondidos. Dos peligros les ace­chan. Por un lado, los Extraños, que son infectados por las armas biológicas y que rondan por los edificios abandonados, y cuyo mero contacto transforma a los humanos en más de los suyos. Por otro lado, están los Invisibles, que aparecen cuando acontece «la hora fría» y que son todo un prodigio de diseño.
El mayor defecto de la cinta son las encarnaciones de la mayoría de los actores, que tienden a ese característico estilo de muchos de nuestros intérpretes de una especie de «hiperrealismo» mal entendido, que por contraste se hace forzado, poco natural y tendente a lo chabacano, y que es muy característico de muchas de las series televisivas actuales, donde da lo mismo la temática empleada, las interpretaciones son siempre iguales. Destaca por encima de todos Silke, cuya dicción además hace difícil entender muchas veces sus declamaciones. Así pues, los mejores son el anciano, Pepo Oliva, que da vida a Judas, y el niño, Ornar Muñoz, que encarna a Jesús.
Como puede comprobarse, el nombre de todos los personajes corresponde a todos los que tuvieron algo que ver con Jesucristo durante su vida: María, Judas, Magda, Pedro, Pablo, Mateo, Lucas y Ana. De forma significativa, el niño que aparecerá hacia el final responde al nombre de Saulo, que fue también conocido por Pablo de Tarso o San Pablo Apóstol, pero que no perteneció al círculo de apóstoles de Jesús. Y será Jesús quien, precisamente, predique la palabra, por medio de sus vídeos.
Quiroga aprovecha muy bien la monotonía de los decorados así como una fotografía de matices apagados para definir el estado emocional, y mueve con habilidad la cámara, ofreciendo algunos planos secuencia encomiables. Dentro de la trama prevalece, como se ha dicho, las relaciones entre los personajes, donde uno de ellos será la nota discordante (no Judas, curiosamente), y las escenas de terror son escasas pero potentes. La incursión en busca de medicinas es la primera de esas secuencias, y después tenemos todo el tramo final, que no puede sino considerarse como espléndido, y que acaba con un movimiento de grúa magnífico (trucado, obvio es) que desvela algo y termina por dar la réplica a una película casi modélica y que merecería más atención de la que se le dispensó.
Carlos Díaz Maroto

La mansión de los muertos vivientes *

España, 1982. Dir: Jesús Franco. Guión: Jesús Franco, según la novela de D. Khunne [J. Franco]. Int: Lina Romay, Antonio Mayans, Mabel Escaño, Albino Graziani, Mari Carmen Nieto, Elisa Vela, Eva León. Género: erótico – terror.
Cuatro amigas llegan a un hotel de Gran Canaria para pasar unas vacaciones. Pronto acontecen hechos enigmáticos; como que el lugar esté casi del todo vacío, o que intenten matarlas. Una de ellas sale a hacer turismo fotográfico, llega a una abadía, y allí se topa con el horror.
Lo que más sorprende de La mansión de los muertos vivientes (1982) es su lujoso uso del formato panorámico, aunque después éste es afeado por la pésima puesta en es­cena por parte de Jesús Franco, que utiliza como único recurso narrativo el zoom, tanto hacia delante como hacia atrás, para conferir una hipotética variedad visual a la película.
En algunas fuentes figura como un remake de La noche del terror ciego (1971) de Amando de Ossorio. Si rastreamos en el escaso argumento que detenta este engendro subfílmico, tenemos a un grupo de monjes satánicos que se dedican a castigar a las pecadoras (algo contradictorio, sí), que visten hábitos blancos aunque se definen de alma negra, y que muestran una apariencia en diverso nivel de degradación, desde un as­pecto normal, hasta un rostro algo carcomido (trucaje consistente en aplicar una mano desigual de látex blanco, amén de maquillaje rojo y azul desperdigado aleatoriamente por toda la faz) o incluso una fisonomía a modo de calavera (una careta de carnaval). Aparte de ello, hay otra subtrama con Antonio Mayans como un loco que dirige el vacío hotel, tiene a una mujer desnuda encadenada a la cama y conduce ocasionales víctimas a los monjes (de los que él, en realidad, también es integrante). Cuando ya ha pasado más de la mitad del metraje Franco se saca de la manga que Lina Romay es la encarnación de la princesa Irina, quien otrora maldijo a los monjes, y que ahora tiene la oportunidad de deshacer el hechizo.
Incoherente, absurda, aburrida y chapucera, la película tiene dirección, montaje, mú­sica y fotografía de Jesús Franco, escudado bajo diversos seudónimos, quien asimismo escribe el guión basándose en la novela inexistente de D. Khunne, que es otro de sus sobrenombres. En realidad, el film es un inane softcore plagado de desnudos y con las actrices dedicadas a profusas escenas lésbicas, con Lina Romay, esposa de Franco, como la más aplicada en las secuencias. Por lo demás, ofrece unas interpretaciones lamentables y un humor aldeano este bodrio rodado en 1982 y estrenado tres años después, con el calificativo «S».
Carlos Díaz Maroto

La noche de las gaviotas **

España, 1975. Dir: Amando de Ossorio. Guión: Amando de Ossorio. Int: Víctor Petit, María Kosty, Sandra Mozarowsky, losé Antonio Calvo, Julia Saly, María Vidal, Susana Estrada, Luis Ciges. Género: terror.
Una joven pareja llega a un pueblo donde él acude a trabajar como médico. Una vez allí, perciben cierta animosidad de los aldeanos, y también son testigos de extrañas ceremonias, como los cortejos de mujeres que desfilan por la playa todas las noches.
La noche de las gaviotas supone el fin de la tetralogía de los templarios creada por Amando de Ossorio, conformando toda ella una de las manifestaciones más personales surgidas dentro del fantaterror español, aunque tuviera inspiración en la mítica La no­che de los muertos vivientes de George A. Romero, a la cual el cineasta gallego insufló de distintivo autóctono.
Determinadas fuentes catalogan la presente como una versión libérrima del magnífico relato de H. P. Lovecraft La sombra sobre Innsmouth (The Shadow Over Innsmouth, escrita en 1931 y publicada en 1936), pues en ambas confluyen determinados elemen­tos parejos, tales como unas ofrendas humanas que se donan a un dios batracio, una suerte de orden esotérica, o un pueblo de pescadores que oculta un secreto prohibido.
En esta ocasión, la aparición de los templarios resurrectos acontece a lo largo de una playa, lo cual otorga a sus cabalgadas espectrales una visión novedosa y cautivante. También tenemos un entorno sugestivo como es ese pueblo inhóspito, rodeado de una perenne bruma, y habitado por lugareños hoscos y temerosos, así como el graznido constante de las gaviotas, incluso de noche, y que se supone son las almas cautivas de las doncellas sacrificadas en loor al obsceno dios batracio.
Ossorio vuelca su inventiva en una historia cautivante, sin embargo muestra cierta torpeza en la puesta en escena, incapaz de otorgar el ritmo adecuado al conjunto, con escenas en exceso dilatadas y otras, por el contrario, demasiado concisas y precipitadas. El plantel interpretativo es el característico de nuestro cine, donde destacan algunas de las musas del género así como un clásico secundario como fue Luis Ciges.
Carlos Díaz Maroto

El pantano de los cuervos *

España, 1973. Dir: Manuel Caño. Guión: Santiago Moneada. Int: Ramiro Oliveros, Fernando Sancho, Marcia Bichette, Gaspar Bacigallipi, César Carmigniani. Género: terror.
El doctor Frosta ha sido expulsado de la facultad por los experimentos impíos que realiza con cadáveres, en su intento de devolverles a la vida. En un país lejano prosigue sus experimentos, y los restos de sus tentativas fallidas los va arrojando a un pantano
Santiago Moneada fue en dos ocasiones Premio Nacional de Teatro y uno de los autores escénicos más prestigiosos del país, y con la novela El stress logró el premio Planeta en 1966. Es lógico que, finalmente, entrase a trabajar en el cine escribiendo guiones, donde debutó en 1966 con Querido profesor, de Javier Setó. En cierta época parece que sintió interés por el género de terror, y aportó su labor a no pocas películas del género, siendo la más interesante de todas ellas La campana del infierno (1973), de Claudio Guerín.
Su colaboración con Manuel Caño fue amplia, pues amén de la presente también escribió para él Tarzán en la gruta del oro (1969), Tarzán y el arco iris (1972) y Vudú sangriento (1972). En El pantano de los cuervos (que para ser más exactos debiera haberse titulado «El pantano de los buitres») muestra una de sus peores labores, con una trama exigua que rellena con gran cantidad de tiempos muertos para cubrir metraje, donde hay lugar inclusive para unas cuantas canciones absolutamente espantosas (cuya letra también es obra de Moneada). Los muy forzados diálogos se atreven incluso a aña­dir pasajes de El cuervo (The Raven, 1845) de Poe, y el planteamiento es tan ambicioso sobre el papel como infortunado en los resultados.
La puesta en escena de Caño (que abandonaría el cine de ficción para volcarse al documental) es de un paupérrimo que asombra, incapaz de otorgar ritmo, tensión o interés a lo que narra, a lo cual se une la lisérgica interpretación de todos los actores, con un apático Ramiro Oliveros a la cabeza. Uno de los pocos elementos que ofrece cierto fuste al conjunto es el plano del pantano del que asoman los muertos resucitados, contemplando en un atroz silencio, pero Caño se dedica a destrozar la atmósfera que pudiera brindar planificándolo por medio de zooms. Ese componente, por lo demás, ofrece una idea de guión desaprovechadísima, como es el hecho de que Frosta (nombre del científico protagonista, y de una localidad Noruega) arroje al pantano los resultados fallidos de sus experimentos; sin embargo, los cadáveres, muchos de ellos desmem­brados, se regeneran y cobran vida, sin que el científico preste la menor atención a ese hecho, dedicándose los revivientes a contemplar la obra del erudito sin intervenir.
Para los amantes de lo morboso cabe resaltar una escena de una autopsia, que manifiesta todos los visos de ser auténtica, y un punto de partida dramático que pudiera estar basado en el relato «Herbert West: reanimador» («Herbert West – Reanimator», 1921 /1922), de H. P. Lovecraft, que pocos años después ofrecería el debut cinemato­gráfico para el director Stuart Gordon.
Carlos Díaz Maroto

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